2 de diciembre de 2010

HAITI, VERGÜENZA PARA EL MUNDO

Si Darwin tuviese razón y realmente la humanidad hubiese evolucionado desde sus desconocidos orígenes, transformando a los primeros chimpancés ( a base de la supervivencia del más fuerte ) en Austrolopitecus , Homus Erectus y Homus Sapiens hasta llegar al actual ,  habría que pensar en que hoy, 2010 años después de nuestra era, ese Homus llamado Sapiens, tiene muy poco de lo último y casi casi, tampoco de lo primero.
         Las actuaciones son las que definen al hombre más allá de las clasificaciones antropológicas o del tipo que sean. Se nos supone además del habla, del hecho de sonreír y de pensar, algo llamado sensibilidad que aparece ante la belleza, por ejemplo, y de igual manera ante el dolor o la tragedia propia o ajena. Escribo “se supone” porque en el transcurso de la historia, si uno hace una ligera revisión, pocas demostraciones hemos dado de esa sensibilidad, aparte de hechos aislados y muy personales.
        Sin necesidad de ir más lejos, y limitándome al siglo XX y al que vivimos, son tan grandes las tragedias vividas por seres con los que compartimos el planeta, y en ocasiones lugares cercanos, que una llega hasta el extremo de avergonzarse por la parte que pueda corresponderle en esa indiferencia de mirar para otro lado, o la cobardía de contemplar con deje de aburrimiento las muertes, asesinatos, violaciones y enfermedades, amén de terremotos, riadas, y accidentes de ese tipo.
        La primera guerra mundial inauguró el siglo pasado y su triste experiencia no sirvió para evitar la segunda, que tuvo como corolario la extinción de millones de seres ante los ojos –no sé si conmovidos- pero desde luego impávidos de quienes viviéndolo día a día tal vez únicamente pensaran en que no les ocurriese a ellos. Siempre nos hemos preguntado cómo los alemanes no judíos no parecieron advertir la masacre que se desarrollaba a pocos kilómetros de sus residencias. Cómo pudieron seguir una vida rutinaria sin que  les llegase el tremendo hedor de los hornos crematorios. Pero también nosotros soportamos la salvajada de  unos hombres –militares e ideólogos- que decidieron cada uno desde posturas enfrentadas que un millón de muertos eran necesarios para construir una España nueva. Y lo mismo debieron pensar los albanos, croatas, bosnios, musulmanes, cristianos…etc  en su afán de buscar cada uno la pureza de su identidad a costa de la sangre del contrario. Y no menos imaginaría el macabro Polt-Polt en Birmania y sus  jemeres antes de la extinción de millones de seres sin que el resto del mundo abandonara ni el croissant del desayuno por asco y vergüenza.
        Decidimos solucionar lo de Irak como quien va  a un paseo por la avenida principal de su pueblo : a golpe de ametralladora y cañonazos, de comunicados llenos de mentiras y con la sonrisa en los labios de quien se cree benefactor absoluto del planeta. Poco o nada importaba la realidad de las diferencias entre los propios irakíes, la muerte de civiles, tanta sangre absurdamente derramada.  Afganistán está ahí, a la espera de que se pongan de acuerdo unos y otros en sus diferentes e idénticamente fanáticos, intereses.
        Y no hace mucho, por obra y gracia de una naturaleza cruel que se cierne sobre el más desesperado, Haití. La nación más pobre del hemisferio occidental agoniza primero por las consecuencias del terrible terremoto que la dejó diezmada sobremanera y ahora .por el cólera que con velocidad espantosa se extiende dejando a la misma O. M. S. sorprendida por su virulencia. El amago de estado haitiano que quedó en pie tras el terremoto de enero quiere en estos días que sus escasos ciudadanos voten en unas elecciones que resultan desde cualquier punto de vista surrealistas y hasta ridículas en pueblos que carecen por completo de agua potable, alimentos y medicinas.
        No sé que pasó con las ayudas que intentaron hacer llegar algunos países, tampoco si la actuación de los soldados americanos y europeos ha sido correcta, Cascos Azules incluidos, pero si conozco el hecho tremendo de que los embarazos se disparan, triplicándose, los recién nacidos mueren por falta de asistencia y las mujeres se desangran con hemorragias imposibles de detener. Las espeluznantes fotografías de un polideportivo reconvertido en hospital en el cual enfermos de cólera agonizan junto a mujeres cuyos hijos mueren en el útero y hay que sacarlos, deberían estremecernos de tal forma que nos impidiera el sueño y las tonterías habituales.
        Esta es una de esas ocasiones en las que, sin saber que hacer, me siento, a pesar de ello, avergonzada de pertenecer a lo que llamamos sin merecerlo, Humanidad.

Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista                                                         

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