15 de diciembre de 2010

NAVIDAD A LA BAJA

(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 13 de diciembre de 2010)

Parece que fue ayer. Y aunque no recuerde el tiempo exacto sé que ha llovido mucho desde aquél día en que en el diario SUR escribí un artículo también para Navidad con el nombre de “Felices Pascuas y próspero Año Nuevo”, parafraseando la felicitación que hacíamos en una época aún más lejana, cuando éramos menos elegantes y cosmopolitas, casi nadie sabía inglés y Papa Noel lo conocíamos de las películas americanas. Entonces no había ( por aquí, quiero decir) langostas, bogavantes, caviar o foie, ni siquiera pato a la naranja. Con decirles que por no haber no teníamos ni pavo, que también conocíamos por personajes como Carpanta; nos bastaba con gallina o pollo, eso sí, del más puro campo, bravo y fuerte, sin las artificiales luces con que hoy nos lo engordan en las granjas.

Aquél artículo, como tantos escritos en esos años, iba impregnado de nostalgia, sentimiento en el que caía con frecuencia quizás por el romanticismo de la edad, pero que hoy, precisamente por ello, he abandonado y utilizo sólo para grandes acontecimientos. La realidad es más prosaica, pero menos engañosa. Especialmente en los momentos actuales, en los que a pesar de que intentemos volverle la espalda aparece de nuevo, como esos muñecos que por muchos golpes que les des, surgen una y otra vez ante tus propios ojos con incombustible verticalidad.

Nos apetezca o no, estamos otra vez ante una festividad que con los años fue ganando solidez y perdiendo raíces e historia. El año pasado hice una encuesta particular entre gran número de niños, conocidos o no, y comprobé que la mayoría desconocía el por qué de esta desmesura, y aunque conocían algo del Pesebre, la burra, los pastores y los peces que bailan y beben en el río, lo que de verdad sabían y les importaba era la llegada de Papa Noel la noche del 24 con sus regalos junto al árbol y la repetición de los mismos (los regalos) la mañana del 6 de enero, después de una cabalgata saturada de caramelos inútiles, que suelen acabar en la basura.

No piensen que voy a soltar una homilía denostada acerca de lo bonito que sería que los niños, ya que forman la parte esencial de estas fiestas, fuesen conociendo poco a poco su primitivo origen y se interesaran después en la figura de Jesucristo, de manera inteligente y lo más cercana posible. Dejo eso para expertos, sean estos padres, curas o cristianos comprometidos. La libertad me parece más importante que el adoctrinamiento. Aún así, y puesto que las fiestas están ahí, a nuestro alrededor, me viene a la cabeza unos pequeños interrogantes que me gustaría compartir con algún amable lector o lectora de estas líneas.

Hemos hecho de la Navidad un fenómeno económico de tal envergadura, que no hay más que salir de casa para sentirse envuelto en una explosión de colorido, luces, escaparates …música y artefactos múltiples contra los que resulta muy difícil luchar. Eso significa que, más tarde o temprano, entramos en el juego con mayor o menor intencionalidad. Y el fenómeno comienza a funcionar en proporción geométrica a la desaparición de euros en nuestros bolsos y carteras. La lista se hace cada vez más larga y los que han de ser regalados empiezan a introducirse en ella como si fuesen gnomos o duendes de otro sistema planetario. Además está el asunto culinario. Es obligatorio comer hasta que el cuerpo o el estómago en su nombre salten por los aires. De todo. Hay que comer como si nos fuera la vida en ello, como si estuviésemos a las puertas de una conflagración anti.apetito, o quisiéramos sentir a ciencia cierta lo que haría un depauperado niño africano si le ofreciesen la ocasión de tomarse la revancha. También hay que vestir de modo elegante, con lentejuelas, brillos y pajaritas, con la última bisutería y el último modelo visto en alguna revista del corazón.

Todo ello formando parte de un ritual que se prolonga exhaustivamente hasta que amanece, como un rayo de luz racional y consciente, el 7 de enero. Para entonces, además del estómago, el hígado y las jaquecas, hemos destrozada nuestra economía con la misma alegría con la que el niño pone en marcha su tren eléctrico (normalmente con problemas de funcionamiento) o la maquinita electrónica y el flamante ordenador ya casi de bolsillo.

La pregunta es la siguiente. Si hasta ahora todo era más o menos así, y en este diciembre de 2010 decimos hasta enronquecer que no hay dinero, que no hay trabajo, que van a tener que rescatarnos como a Irlanda, que algunos no tienen para comer…¿Seguiremos a pesar de ello atiborrándonos de grasas y azúcares, de alcohol y regalos envueltos en papel brillante con enormes lazos de colores?; ¿compraremos compulsivamente juguetes como si de verdad fuéramos reyes, pero no precisamente magos?

Puede que alguien piense que exagero y que todo va a ser distinto en un año tan castigado por la crisis. Que la prudencia será la máxima que seguiremos todos. Permítanme entonces una última pregunta : ¿Quiere alguien decirme que llevan en su interior esos enormes carros a punto de estallar y esa multitud de personas de todo tipo que acabo de ver salir, extenuados, de uno de los grandes almacenes…?

Ana María Mata
Historiadora y novelista

1 comentario:

Anónimo dijo...

10 ideas para una Navidad más social

http://blogs.lainformacion.com/laregladewilliam/2010/12/17/10-ideas-para-una-navidad-mas-social/

:)