(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 2 de febrero de 2011)
A pesar de los fríos que nos vienen acompañando, con o sin sol, el aire trae ya un tufillo distinto. Huele a mayo, a flores aún no nacidas, pero sí imaginadas, flores con pétalos distintos, algunas con los rostros de personajes importantes en sus corolas, flores que se transmutarán en papel poderoso, el del voto de hombres y mujeres indiferenciados que al introducirlo en caja acristalada tendrán el poder de decidir el futuro inmediato de los pueblos de nuestra geografía.
Los actores de este espectáculo llamado democracia ensayan con rigurosa disciplina el papel que esperan representar. Todavía sin grandes alharacas, de una forma suave, como si no estuvieran haciéndolo, para no cansar en exceso al personal y que parezca que el día a día sigue siendo el mismo. Pero no lo es, ellos lo saben y nosotros, aunque alguno crea lo contrario, también. No hay que ser suspicaz, sino observador simple y vulgar, ciudadano que mira su entorno y advierte como cambian cosas que llevaban demasiado tiempo sin hacerlo: calles cuyo asfalto era un queso de Gruyere y de golpe comienza a recibir la visita de máquinas vomitando alquitrán, adoquines que tenían en su haber rompeduras de brazos y piernas, son vueltos a colocar en orden y concierto, jardines cuyo interior era morada de hierbas salvajes, ven remover su tierra e introducir en ella flores coloreadas y vistosas.
Nada escapa a esta antesala del voto deseado y deseante. Farolas que perdieron su luz tres años atrás, carreteras cuyos proyectos tienen la antigüedad de los faraones del pobre Egypto de hoy. Esperanzadoras ofertas de enseñanza primaria y media con paredes como Dios manda, y no prefabricadas, sedes para enfermedades extrañas y asociaciones vecinales, cursos indiscriminados para paliar el paro y hasta el hambre. Pan y Cultura, siguiendo el mensaje de Joaquín Costa, el Regerenacionista que no pudo finalizar su ansiado inventario de reformas.
Ofrecen todo, los que están, y más, mucho más los que pretenden arrebatarles los sillones consistoriales. Los primeros dicen avanzar como hasta ahora y los otros hablan de construir una ciudad nueva a la altura de las grandes del mundo. Aventureros de la teoría, unos y otros se enfrascan en bizantinas quimeras del “Yo más” sin explicar lo que acaso sea lo único importante: el dinero para realizarlas.
Poco quedará en el pozo infinito de hondura del Malaya cuando acabe lo que ahora parece interminable. Poco hay en las denostadas Autonomías que llegue para algo más que el desayuno de sus muchos funcionarios y burócratas. Nada, casi, en las arcas de un Estado que si antes fue del bienestar hoy más bien parece de los menesterosos que lo formamos con nuestras lágrimas por el ayer perdido.
Queda la realidad única que no entiende de fluctuaciones de mercados y bolsas. El sol y el clima todavía fuera de programa electorales. Propiedad de todos y de nadie, necesitan por desgracia también del euro y el dólar; para que aquellos que los desean y no lo tienen puedan venir a buscarlo aquí, donde casi son de la familia. Y si fuésemos inteligentes, debería quedar la amabilidad hacia el visitante que hace el esfuerzo de venir aquí y no a otro lugar donde sea mejor tratado.
Los preliminares de la primavera se esperan revueltos hasta que mayo aparezca en una esquina soleada y hermosa, como acostumbra a hacerlo. No hay plata, como dicen nuestros argentinos también votantes, pero algo debe haber detrás del balcón de la Plaza de los Naranjos para que todos quieran asomarse a él con el bastón dichoso en la mano que corresponda. El poder ha de tener sustancias más fuertes que las contenidas en ostras y viagras. Superior al difícil camino que deberán recorrer hasta encontrar el medio para llevar a cabo todo lo que nos ofrecen. Otra cosa es que nos lo creamos. Que seamos tan dóciles para pensar en promesas que ya empiezan a aparecer de forma subterránea en actuaciones, fotos, reuniones y sonrisas demasiado ostentosas. No sé cuando empezarán las pancartas, pero da igual. Ahora sirven los móviles, Internet, y demás artilugios casi invisibles.
Aunque no lo crean ellos, sabemos que están ahí, agazapados en las hojas del calendario que faltan para mayo. Odiándose los unos a los otros, mirándose de reojo para captar el fallo del contrario. Viendo cual sería la mejor forma de ilusionar al personal engañándolo si hace falta.
Vamos a necesitar paciencia para aguantar el trecho. Y buenas dosis de escepticismo y especialmente de cordura.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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