8 de febrero de 2011

EL BRAZO DE UN HOMBRE


(Artículo publicado en el diario Marbella Express)
Es posible que el tema del artículo de hoy les parezca a muchos intrascendente. No sería extraño. Porque no trata de economía, ni de política, ni mucho menos de nuestras difíciles relaciones con Europa. Tampoco de cultura o de problemas locales, como suelo hacer tan a menudo. He puesto mis ojos un poco más allá de problemas caseros que solemos agrandar hasta magnificarlos, en la creencia de que solo lo nuestro tiene interés suficiente como para sacarlos a la luz con la esperanza de verlos resueltos. El universo –dicen- se ha globalizado, pero a muchos ese concepto, a pesar de tan repetido nos suena a noticias televisadas a través del satélite. O lo que es lo mismo: a cosas que pasan muy lejos y por un misterio que nunca llegaremos a entender nos envía un artilugio  llamado satélite, modismo sagrado para los televidentes adictos.
        Esto nos cae más cerca, y paso a hablar de ello a renglón seguido, por si a algún lector le ocurriera lo que a mí, interiorizarlo de una forma tal que me impide interesarme como de costumbre en mis pequeñeces cotidianas.
         El protagonista es un ecuatoriano de 41 años que trabajaba en Vilassar de Mar (Barcelona) y que en una breve noticia periodística relata –a la vez que sus ojos de infinita tristeza miran al lector como interrogándole- que el 12 de enero a las siete de la mañana entró a trabajar y se puso a hacer unos protectores para un tubo de escape de un barco. “Estaba pasando la pieza por el torno –dice textualmente- cuando se me enganchó la mano y luego el brazo.¡He perdido el brazo! le grité a mi compañero. Llamó al jefe y me pasó el teléfono. ¿Te has hecho mucho daño? me preguntó. Mucho, le dije. Me contestó que tenía que ir al hospital. “Pero antes te sacas la ropa de trabajo, si no, nos jodes a todos”.
        Hasta aquí lo esencial de la comunicación jefe-trabajador. Lo que sigue, es la inmoral pero no única ni extraña actuación de quienes le tenían trabajando sin contrato en la compañía CMN dedicada a la fabricación de complementos náuticos. Los mismos que después de arrancarle el jersey con el que trabajaba le dijeron camino del hospital que “cuando te pregunten como te lo has hecho, di que ha sido en el espigón. Pescando, di que ha sido pescando y que te ha caído una piedra en la mano” .El encargado al entrar en Urgencias dijo “Me lo he encontrado en la calle. Tiene hecho polvo el brazo”, lo dejó allí y se fue.  Cuando despertó, le habían amputado la mano y parte del brazo. Estaba, naturalmente, solo.
        Las cuestiones posteriores que obligaron a dar la cara al encargado y a la empresa, tal vez no sean  lo que más importe en este pequeño relato. Solo la última de las frases pronunciadas por el angustiado protagonista: ¿Qué voy a hacer ahora sin mi brazo y mi mano?
        Debería acabar el artículo aquí, en este renglón. Para que cada posible lector piense para sí cual sería la respuesta que daría al joven mutilado, y analizara particularmente como andamos en la España cristiana y católica de moral, ética y todos los valores que le puedan venir a la cabeza. Si creen que el efecto de una crisis monetaria puede justificar el abandono de un ser humano al que con anterioridad se ha explotado con el bajo nivel de su salario y la falta de protección social. Al mismo que distanciamos de nuestras comunidades porque en nuestra opinión viene a ocupar un puesto de trabajo al que no tiene derecho. Aunque hable el mismo idioma que un antepasado español lejano le hizo llegar, mientras robaba su plata y le chantajeaba con la patria, la que habría de ser su “madrecita querida.”
        No sé, en realidad en que consiste y si valen para algo aquello que aprendimos un día dentro de la Declaración de los Derechos Humanos. Si se han quedado reducidos a siglas sin sentido, como tantas otras que nos demuestran cada vez más la futilidad de su existencia. Tampoco sé los intereses reales que mueven a gobernantes aparte de los de mantenerse en sus respectivos gobiernos cueste lo que cueste. Como si ellos y nosotros fuésemos a eternizarnos en este caduco planeta. Cada día más insolidario, cada día más execrable en sus planteamientos globales.
        Como tantos que nos consideramos humanos, individualmente, pero rechazamos de plano a aquel o aquellos que no vienen de turistas. Y para colmo, su color de cara es, ¿Cómo les diría? …un poco oscuro o simplemente tirando a verdoso.

Ana  María  Mata 
Historiadora  y novelista            

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