Tengo querencia a su arena grisácea y el
rebalaje suave de su orilla quizás porque mi niñez, como dijo Serrat, anda
enredada aún en el oleaje de su agua cálida, y mis ojos se empeñan en seguir
viendo junto al faro vigilante y el poderío de La Concha , niñas y niños imaginando
dunas desde donde nos lanzábamos cual trampolines semejantes a los de Esther
Williams, la atractiva nadadora que el cine nos mostraba como la estrella por
excelencia del momento. Aquella arena, blanca entonces, casi harinosa,
representaba para nosotras un desierto del que nos sentíamos dueños, sin
camellos, pero sí grandes y punzantes macizos de pitas de los que debíamos cuidarnos,
y a los que ahora, creo que llaman, más pequeños, plantas de aloe.
Estrofa de nostalgia que podría prolongar con
largueza, pero no quiero ni debo. De nada sirve añorar lo perdido aunque
reconforte el recuerdo de sus muchas horas de gozo.
Pasaba hace unos días por allí, el lugar
donde estuvo y que conserva su nombre. Me había adaptado hace tiempo al mármol
que la respalda y donde pasean hoy
personas de lugares tan dispares; al comercio y bares que ocupan nuestras dunas
de antaño, y hasta a las palmeras que le añadieron sin venir a qué. En esencia
–pensaba– seguía siendo ella, la
Fontanilla de siempre, playa de nuestros secretos,
conservadora silenciosa de anhelos tal vez incumplidos, testigo de un pueblo
que derrochaba inocencia.
Ví unas máquinas que arrancaban palmeras y
otras que intentaban extraer o demoler piedras inmensas que usurpaban a la
arena inexistente. Entre las baldosas del paseo y el mar, pedruscos desiguales
hacían las veces de orilla a la que seguía llegando espuma de olas
intermitentes. La playa había desaparecido. Imposible imaginar que alguien
fuese capaz de soñar con un baño en ese trozo de mar, que sin embargo, seguía
estando allí.
No entiendo la causa exacta de la
inexistencia de una de las mejores playas de Marbella. No entiendo la dejadez
de los responsables de Costas, de Fomento u organismo similar. Los fenómenos
naturales siempre estaban ahí sobre nuestras cabezas, tormentas, marejadas,
rayos y truenos. Pero nosotros cada verano subíamos a sus montículos de arena y
desde ellos nos zambullíamos en su mar. ¿Qué le habremos hecho para que decida
abandonarnos?...Cambios inadecuados, exceso de cemento a su espalda. Quizás no
sea eso. No lo sé. Pero siento gran
dolor al verla tan desolada. Fíjense si la amo que mi primera novela lleva como
título su nombre.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
2 comentarios:
Lo triste ahora será que para Semana Santa se darán las prisas y los agobios y meteran las retroexcavadoras y los camiones para robar la arena de la playa de El Cable para llevársela a las playas más destrozadas, con lo cual destruiran un año más el rebalaje de la del Cable. Y es que en vez de apostar por una solución integral a largo plazo "visten a un santo desnudando a otro" ¡Lamentable!.
Que vuelvan a poner los espigones en las playas de Marbella
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