Estábamos en el año I antes de Cristo y Julio
César emperador de Roma se había casado con la muy bella Pompeya Sila. Dice la
leyenda que la amaba mucho. Pero fue suficiente el atrevimiento de Publio
Clodio al introducirse en una fiesta donde solo las mujeres podían asistir, y
la sonrisa divertida que Pompeya le dedicó, para que Julio César la alejase de
su lado con la célebre frase: “La mujer del César no solo ha de ser honrada,
sino parecerlo”.
Hubiese resultado pertinente que el Fiscal
del Tribunal Supremo -encargado de dirimir la denuncia presentada por el vocal
señor G. Benítez contra el Presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo, señor
Dívar- la hubiera recordado antes de decidir que los cargos presentados eran
inocuos y sin relevancia penal. Como he
oído decir a un abogado, se trata de una transformación alquímica de la
realidad evidente en falsa realidad.
Comprendo que juzgar nada menos que al
Presidente del Supremo Tribunal no debe ser moco de pavo para letrado o
magistrado alguno. Pero la misma razón exponemos los ciudadanos de un país
libre y democrático cuando decimos que el colmo de los colmos está en el hecho
comprobado de un alto miembro de la justicia que la doblega en lugar de dar
ejemplo de ella.
Don Carlos Dívar puede ser un magnífico
jurista y magistrado, no tenemos conciencia de lo contrario, pero de ser así
debió sufrir un fuerte grado de amnesia en el momento de realizar la veintena
de viajes a Marbella en los que se alojó en un hotel de lujo (como sin duda
pensó que le correspondía por el cargo), sin carácter oficial y pagado por los
fondos públicos.
No le pareció de “relevancia penal” su
acción, imagino que influenciado por la enorme cantidad de hechos similares que
su entorno posee. Es hasta posible que imaginase frases como:”Si un señor duque
y presidentes de comunidades autonómicas además de infinidad de alcaldes,
policías y compañeros jueces (Urquía, sin ir más lejos) han cometido
barbaridades corruptivas, no creo que unos viajes de placer a Marbella tengan
importancia alguna”.
Pues sí, señor Presidente, cada uno tiene la
carga delictiva correspondiente y nadie mejor que usted debía saber de ello. Porque
no solo hay que ser buen juez cuando se viste la toga en el altísimo tribunal
que usted preside, sino hasta en lo que le parece pequeño, y según su colega, “inocuo
e irrelevante”.
Los ciudadanos necesitamos ejemplos, y en su
caso lo presumíamos, de honestidad total. Al no tenerlos, y sí lo opuesto, ha
creado una alarma social añadida a la ya existente, y créame que no estamos
para casos como el que me ocupa, porque la gente no importante que necesita
dinero para comer y subsistir está hasta el gorro de un país donde solo viven
bien los que están arriba y toman de lo que corresponde a los de abajo.
Archivar el caso del señor Dívar es un
insulto a quienes creen en la justicia y un argumento más a los que descreen de
ella. Con el pensamiento puesto en los múltiples casos sin resolver de gente
destacada, cuya lista sería interminable, resulta comprensible la desconfianza
en los juicios que han de celebrarse. Ciertamente no todos los que imparten justicia deben ser
metidos en el mismo saco, pero a los que les toque gente como Fabra,
Urdangarín, Matas y compañía ¿no sufrirán presiones que pongan en entredicho su
integridad?
Lo único que hoy, por desgracia, sabemos con
certeza los españoles es que dinero, poder y placer son corruptibles para
cualquiera. Ahora también sabemos que no se libra ni el magistrado
más importante del país. Lástima.
Ana
María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Estoy totalmente de acuerdo con sus comentarios. La pena es que haya tanto corrupto sin pena. Dan ganas de imitarle en sus fechorias.
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