(Artículo publicado en el Diario SUR del 4 de octubre de 2012)
Posiblemente porque lo crematístico es lo que
impera al día de hoy, al nombrar la palabra “casino”, muchos piensan en ruletas
girando sin cesar y en la ansiedad de ver como la maligna bolita se detiene o
no en el número elegido; en mesas para el Black Jack, en el Punto y Banca o el
Póquer. Tal vez los muchos años en que
estuvieron prohibidos en España les confiera ese aire de ilusión como forma de
ganar dinero, aunque la realidad sea otra muy distinta para los viciados en él.
Hoy quiero recordar como los casinos primeros nacieron con vocación de punto de
encuentro de la sociedad local, por lo general de la más influyente, lugar
donde las relaciones sociales se creaban, mantenían, incluso cambiaban a veces
de rumbo. La mayoría de los casinos españoles del pasado siglo ofrecieron,
especialmente al hombre, la posibilidad de llenar un vacío en sus horas de
asueto, hacer amigos, discutir acaloradamente sobre el momento político o el
fútbol y distanciarse de forma –por elegante, aceptada- de muchos ratos
familiares para los que los varones de entonces eran una auténtica calamidad.
Dada, como verán, su importancia, creo
necesario traer a estas líneas una breve semblanza del Casino de Marbella, o
como se llamó oficialmente de la
Sociedad recreativa Casino de Marbella. Quizás muchos de los
que hoy lo disfrutan hayan olvidado quien fue su creador. El tiempo, ya dije
una vez que es el gran borrador de la historia, especialmente de quienes no
ganaron o perdieron guerra alguna. Pues bien, en 1919, apareció en la ciudad un
capitán de Carabineros que había participado en la Guerra de Cuba y al que
después de años de servicio destinaron a Marbella. Se llamaba Don Enrique del
Castillo, y al parecer poseía entre sus dones gran facilidad para hacer amigos,
una excesiva vitalidad e inconformismo que le impedía ceñirse solo al
cumplimiento de sus obligaciones castrenses. Tales virtudes empujaron a Don
Enrique en breve tiempo a crear el clima adecuado entre los nativos para que se
uniesen y fundar juntos la citada Sociedad en 1920. En su primera junta
directiva estuvieron, entre otros, don José Domínguez, don Eugenio Lima, don
Manuel Zea, don Cristóbal Luna y don Antonio Montero.
Al principio el casino estuvo instalado en la Plaza de la Constitución (hoy de
los Naranjos), en local alquilado, hasta que en 1926 el Ayuntamiento cedió una
parcela en el lado poniente del paseo de la Alameda, lugar donde con acciones de los socios
se levantó un edificio rodeado de terrazas. En julio de 1936 fue quemado junto
a otros edificios emblemáticos, pero se reconstruyó en 1944, añadiéndole una
planta en alto.
Durante los años en que Marbella vivió su
tranquila existencia primigenia, entre huertas, campos y el pacífico mar, unido
al recuerdo último de escaramuzas y venganzas tras el conflicto de la guerra
civil, el Casino constituía –según lo expuesto- un lugar donde los
pertenecientes a la parte influyente de la sociedad encontraban el relax y
distracción casi única para hombres cuyo trabajo no les obligaba a ejercerlo de
sol a sol. El cine se ha encargado de mostrarnos con acierto imágenes de
hombres atildados entrando con el sombrero en mano, gabardinas o chaquetas
lustrosas y una sonrisa complaciente a cualquier casino, presumiendo de
antemano las horas agradables que desde el instante de abrir su puerta pasarían
en feliz comunidad.
Así ocurría en la Marbella anterior al
Turismo. Hasta principio de los 60, unificados voluntaria o involuntariamente
los criterios políticos, el ser o no ser socio del Casino denotaba la escala en
la que cada jefe de familia estaba situado. A pesar de que la cuota a pagar era
mínima hubo una gran parte del elenco masculino que no se atrevió a solicitar
la admisión por miedo al rechazo, aunque éste viniese enmascarado de piadosas
mentiras justificativas. Cada uno sabía muy bien cual era su lugar exacto en
una ciudad en la que todavía el poderoso factor de igualdad que el hecho
turístico ayudó a construir no había aparecido en el horizonte. De hecho en los
años anteriores a los 60 quienes sí modificaron reglas fueron los veraneantes
españoles que, en su mayoría pertenecían a la alta burguesía y por tanto fueron
bien recibidos en la sociedad recreativa. Médicos, ingenieros, periodistas,
financieros…gente que tenían su economía saneada hasta el punto de poder
alquilar, incluso comprar vivienda en Marbella y disfrutar de un largo verano.
Gente a las que les apetecía introducirse entre lo que consideraban más granado
de nuestra población de entonces. A su modo fueron una especie de prefacio de
lo que nos esperaba ; tuvieron la suerte de disfrutar la ciudad casi en su
esencia, más espontánea, más sencilla, con un alto grado aún de autenticidad.
Inolvidables fueron las célebres verbenas de
Agosto, con concurso de disfraces en los que se fraguaron noviazgos al son de
Machín, Los Panchos o Armando Manzanero. Resultaba difícil en las noches en las
que el jazmín explotaba no sucumbir al encanto de una falsa pero guapa hawaiana
o una china con su amago de kimono y palillos engarzados en el moño . Los
Sevillano, Amoedo, Del Campo, Quiroga, Reque, Garrido, Herrero, Soria y otros
veraneantes guardaron una larga fidelidad a la ciudad, al Casino y su gente.
Su pervivencia indica la necesidad y el éxito
de su creación. A pesar de su todavía resto de machismo encubierto, el Casino
es una institución en la que perviven rasgos de nuestra idiosincracia difícil de encontrar en tantos, demasiados,
quizás, nuevos lugares.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
2 comentarios:
Como todo lo que escribes sobre nuestro pueblo, me ha gustado este ratito de Historia local.
Un besito.
Un trocito de historia de Marbella que no todo el mundo conoce a pesar de estar ahí mismo. Genial. Me encanta este blog.
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