10 de octubre de 2012

SOCIEDAD RECREATIVA CASINO DE MARBELLA



(Artículo publicado en el Diario SUR del 4 de octubre de 2012) 
 
Posiblemente porque lo crematístico es lo que impera al día de hoy, al nombrar la palabra “casino”, muchos piensan en ruletas girando sin cesar y en la ansiedad de ver como la maligna bolita se detiene o no en el número elegido; en mesas para el Black Jack, en el Punto y Banca o el Póquer. Tal vez los muchos años en  que estuvieron prohibidos en España les confiera ese aire de ilusión como forma de ganar dinero, aunque la realidad sea otra muy distinta para los viciados en él. Hoy quiero recordar como los casinos primeros nacieron con vocación de punto de encuentro de la sociedad local, por lo general de la más influyente, lugar donde las relaciones sociales se creaban, mantenían, incluso cambiaban a veces de rumbo. La mayoría de los casinos españoles del pasado siglo ofrecieron, especialmente al hombre, la posibilidad de llenar un vacío en sus horas de asueto, hacer amigos, discutir acaloradamente sobre el momento político o el fútbol y distanciarse de forma –por elegante, aceptada- de muchos ratos familiares para los que los varones de entonces eran una auténtica calamidad.
 Dada, como verán, su importancia, creo necesario traer a estas líneas una breve semblanza del Casino de Marbella, o como se llamó oficialmente de la Sociedad recreativa Casino de Marbella. Quizás muchos de los que hoy lo disfrutan hayan olvidado quien fue su creador. El tiempo, ya dije una vez que es el gran borrador de la historia, especialmente de quienes no ganaron o perdieron guerra alguna. Pues bien, en 1919, apareció en la ciudad un capitán de Carabineros que había participado en la Guerra de Cuba y al que después de años de servicio destinaron a Marbella. Se llamaba Don Enrique del Castillo, y al parecer poseía entre sus dones gran facilidad para hacer amigos, una excesiva vitalidad e inconformismo que le impedía ceñirse solo al cumplimiento de sus obligaciones castrenses. Tales virtudes empujaron a Don Enrique en breve tiempo a crear el clima adecuado entre los nativos para que se uniesen y fundar juntos la citada Sociedad en 1920. En su primera junta directiva estuvieron, entre otros, don José Domínguez, don Eugenio Lima, don Manuel Zea, don Cristóbal Luna y don Antonio Montero.
Al principio el casino estuvo instalado en la Plaza de la Constitución (hoy de los Naranjos), en local alquilado, hasta que en 1926 el Ayuntamiento cedió una parcela en el lado poniente del paseo de la Alameda, lugar donde con acciones de los socios se levantó un edificio rodeado de terrazas. En julio de 1936 fue quemado junto a otros edificios emblemáticos, pero se reconstruyó en 1944, añadiéndole una planta en alto.
Durante los años en que Marbella vivió su tranquila existencia primigenia, entre huertas, campos y el pacífico mar, unido al recuerdo último de escaramuzas y venganzas tras el conflicto de la guerra civil, el Casino constituía –según lo expuesto- un lugar donde los pertenecientes a la parte influyente de la sociedad encontraban el relax y distracción casi única para hombres cuyo trabajo no les obligaba a ejercerlo de sol a sol. El cine se ha encargado de mostrarnos con acierto imágenes de hombres atildados entrando con el sombrero en mano, gabardinas o chaquetas lustrosas y una sonrisa complaciente a cualquier casino, presumiendo de antemano las horas agradables que desde el instante de abrir su puerta pasarían en feliz comunidad.
Así ocurría en la Marbella anterior al Turismo. Hasta principio de los 60, unificados voluntaria o involuntariamente los criterios políticos, el ser o no ser socio del Casino denotaba la escala en la que cada jefe de familia estaba situado. A pesar de que la cuota a pagar era mínima hubo una gran parte del elenco masculino que no se atrevió a solicitar la admisión por miedo al rechazo, aunque éste viniese enmascarado de piadosas mentiras justificativas. Cada uno sabía muy bien cual era su lugar exacto en una ciudad en la que todavía el poderoso factor de igualdad que el hecho turístico ayudó a construir no había aparecido en el horizonte. De hecho en los años anteriores a los 60 quienes sí modificaron reglas fueron los veraneantes españoles que, en su mayoría pertenecían a la alta burguesía y por tanto fueron bien recibidos en la sociedad recreativa. Médicos, ingenieros, periodistas, financieros…gente que tenían su economía saneada hasta el punto de poder alquilar, incluso comprar vivienda en Marbella y disfrutar de un largo verano. Gente a las que les apetecía introducirse entre lo que consideraban más granado de nuestra población de entonces. A su modo fueron una especie de prefacio de lo que nos esperaba ; tuvieron la suerte de disfrutar la ciudad casi en su esencia, más espontánea, más sencilla, con un alto grado aún de autenticidad.
Inolvidables fueron las célebres verbenas de Agosto, con concurso de disfraces en los que se fraguaron noviazgos al son de Machín, Los Panchos o Armando Manzanero. Resultaba difícil en las noches en las que el jazmín explotaba no sucumbir al encanto de una falsa pero guapa hawaiana o una china con su amago de kimono y palillos engarzados en el moño . Los Sevillano, Amoedo, Del Campo, Quiroga, Reque, Garrido, Herrero, Soria y otros veraneantes guardaron una larga fidelidad a la ciudad, al Casino y su gente.
Su pervivencia indica la necesidad y el éxito de su creación. A pesar de su todavía resto de machismo encubierto, el Casino es una institución en la que perviven rasgos de nuestra idiosincracia  difícil de encontrar en tantos, demasiados, quizás, nuevos lugares.  
Ana María Mata
Historiadora y novelista

2 comentarios:

Órfilo M. Aranda dijo...

Como todo lo que escribes sobre nuestro pueblo, me ha gustado este ratito de Historia local.

Un besito.

JuanCris Ortiz dijo...

Un trocito de historia de Marbella que no todo el mundo conoce a pesar de estar ahí mismo. Genial. Me encanta este blog.