(Artículo publicado en el diario SUR)
Debe ser que las
reuniones familiares como estas de las fiestas navideñas conducen, e incitan al
recuerdo. La presencia de abuelos, tíos, hermanos y amigos unidos por
sentimientos más bondadosos que los acostumbrados en fechas normales, propicia
que las sensibilidades acaloren la víscera cardíaca y cada cual necesite traer
al presente sus vivencias más queridas. Como si una máquina del tiempo hacia
atrás comenzara a funcionar movida por extrañas e invisibles manivelas.
Todos poseemos en el interior de la retina
imágenes precisas que el paso de los años no logra borrar del todo. El olvido
lucha contra ellas consiguiendo alguna que otra vez un ligero deterioro, pero
en la mayoría de las ocasiones triunfa la idealización que no es más que el
resultado de una melancolía por cuanto fuimos y ya no volveremos a ser.
Sirva esto de entradilla
al artículo de hoy, unas líneas que pretenden poner en el folio lo que
representaron en la Marbella
de los años cuarenta y cincuenta -más o menos- algunos lugares y rincones muy personalizados y cuya existencia no hemos
podido olvidar.
Se llamaba “La Jaula” , tal como suena de
corto y conciso. Estaba situado en el centro de la carretera general y tenía
salida también por la Alameda. Desde
que lo conocí estuvo regentada por la familia Sánchez Cantos. No era su
especial arquitectura lo que llegó a convertirla en el café más popular de la
ciudad. Lo recuerdo destartalado, con madera y cristales y un cuerpo a su
derecha, después del gran tejado a dos aguas. Sería todo un misterio intentar
averiguar el por qué de su enorme carisma, de la fama adquirida cuando todavía
lo mediático era algo inexistente. En Marbella todo se centraba sobre La Jaula en uno u otro momento.
La rodeaba una atmósfera de familia que la transformaba en generadora de calor.
Alguien me dijo un día que en ella “te sentías en tu casa, pero en mejor” y me
pareció una buena definición de su liderazgo como café y bar. La Alameda la imbuía de un
pequeño exotismo vegetal. En los días de feria conseguir una mesa en el
exterior era proeza difícil.
Primero, me contaron,
fue punto de partida y llegada de las diligencias, y más adelante estación de
la línea de autobuses que enlazaba
Marbella con Málaga y el Campo de Gibraltar. Los “Portillos” hicieron de ella
apeadero de la mayoría de visitantes y en la época veraniega los niños de
entonces gustábamos de acercarnos hasta allí para reconocer al veraneante fiel,
ese que no nos fallaba y cuya llegada nos producía placer porque representaban
días futuros de sol, playa y encuentros furtivos.
Una campana situada
sobre la puerta principal de “La
Jaula” anunciaba la llegada o salida de los autobuses. Y un
personaje singular estaba allí para tocarla de manera única e indescriptible :
“El Latero”. Rosadas mejillas
acompañaban al brazo y la mano del hombre que al hacerla tañer, gritaba :”
Marbella”… como si en ello le fuera la vida.
El puesto de helados que
instalaron a su derecha nos condujo a probar una nueva forma de degustarlos :
El corte. Dos galletas avainilladas sostenían entre ellas lo que hasta entonces
solo habíamos conocido en cucuruchos. Los helados Ilsa-Frigo fueron una de
nuestras primeras y minúsculas concesión a lo moderno. Otra excusa para saquear
la hucha de barro y correr a comprar un corte de Ilsa.
Aunque la felicidad sea
una entelequia, confieso que aquellos paseos de la casa a La Jaula para ver si llegaba un
veraneante conocido, si además se acompañaba de unas monedas para el helado
correspondiente, estaban muy cerca de proporcionarme deliciosos momentos de
gozo.
En 1965 fue derribada
imagino que para el ensanche de la carretera. Durante mucho tiempo la echamos
en falta. Hasta que la especulación sustituyó al sentimentalismo y el bolsillo
anuló por completo la víscera cardíaca.
Este es mi pequeño homenaje.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
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