5 de febrero de 2013

CAFÉ - BAR LA JAULA


(Artículo publicado en el diario SUR)
Debe ser que las reuniones familiares como estas de las fiestas navideñas conducen, e incitan al recuerdo. La presencia de abuelos, tíos, hermanos y amigos unidos por sentimientos más bondadosos que los acostumbrados en fechas normales, propicia que las sensibilidades acaloren la víscera cardíaca y cada cual necesite traer al presente sus vivencias más queridas. Como si una máquina del tiempo hacia atrás comenzara a funcionar movida por extrañas e invisibles manivelas.
 Todos poseemos en el interior de la retina imágenes precisas que el paso de los años no logra borrar del todo. El olvido lucha contra ellas consiguiendo alguna que otra vez un ligero deterioro, pero en la mayoría de las ocasiones triunfa la idealización que no es más que el resultado de una melancolía por cuanto fuimos y ya no volveremos a ser.
Sirva esto de entradilla al artículo de hoy, unas líneas que pretenden poner en el folio lo que representaron en la Marbella de los años cuarenta y cincuenta -más o menos- algunos lugares y rincones  muy personalizados y cuya existencia no hemos podido olvidar.
Se llamaba “La Jaula” , tal como suena de corto y conciso. Estaba situado en el centro de la carretera general y tenía salida también por la Alameda. Desde que lo conocí estuvo regentada por la familia Sánchez Cantos. No era su especial arquitectura lo que llegó a convertirla en el café más popular de la ciudad. Lo recuerdo destartalado, con madera y cristales y un cuerpo a su derecha, después del gran tejado a dos aguas. Sería todo un misterio intentar averiguar el por qué de su enorme carisma, de la fama adquirida cuando todavía lo mediático era algo inexistente. En Marbella todo se centraba sobre La Jaula en uno u otro momento. La rodeaba una atmósfera de familia que la transformaba en generadora de calor. Alguien me dijo un día que en ella “te sentías en tu casa, pero en mejor” y me pareció una buena definición de su liderazgo como café y bar. La Alameda la imbuía de un pequeño exotismo vegetal. En los días de feria conseguir una mesa en el exterior era proeza difícil.
Primero, me contaron, fue punto de partida y llegada de las diligencias, y más adelante estación de la  línea de autobuses que enlazaba Marbella con Málaga y el Campo de Gibraltar. Los “Portillos” hicieron de ella apeadero de la mayoría de visitantes y en la época veraniega los niños de entonces gustábamos de acercarnos hasta allí para reconocer al veraneante fiel, ese que no nos fallaba y cuya llegada nos producía placer porque representaban días futuros de sol, playa y encuentros furtivos.
Una campana situada sobre la puerta principal de “La Jaula” anunciaba la llegada o salida de los autobuses. Y un personaje singular estaba allí para tocarla de manera única e indescriptible : “El  Latero”. Rosadas mejillas acompañaban al brazo y la mano del hombre que al hacerla tañer, gritaba :” Marbella”… como si en ello le fuera la vida. 
El puesto de helados que instalaron a su derecha nos condujo a probar una nueva forma de degustarlos : El corte. Dos galletas avainilladas sostenían entre ellas lo que hasta entonces solo habíamos conocido en cucuruchos. Los helados Ilsa-Frigo fueron una de nuestras primeras y minúsculas concesión a lo moderno. Otra excusa para saquear la hucha de barro y correr a comprar un corte de Ilsa.
Aunque la felicidad sea una entelequia, confieso que aquellos paseos de la casa a La Jaula para ver si llegaba un veraneante conocido, si además se acompañaba de unas monedas para el helado correspondiente, estaban muy cerca de proporcionarme deliciosos momentos de gozo.
En 1965 fue derribada imagino que para el ensanche de la carretera. Durante mucho tiempo la echamos en falta. Hasta que la especulación sustituyó al sentimentalismo y el bolsillo anuló por completo la víscera cardíaca.   Este es mi pequeño homenaje.
                                                                                                          
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

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