(Artículo publicado en el Diario SUR el 7 de febrero de 2013)
No me gusta para nada el
Medievo, lo reconozco sin ambages. Quizás porque su estudio exhaustivo me dio a
conocer una época histórica en la que el hombre andaba sumido en una oscuridad
mental que además de crear una teocracia sin límites originó a su través
sistemas de gobierno como el feudalismo y las monarquías absolutas, en las que
el poder de los reyes emanaba directamente de Dios.
Por fortuna nada que ver con las
todavía existentes monarquías que en Europa principalmente, rigen las vidas de
los ciudadanos y cuyo anacronismo, simpático si quieren, parece tener valor o
mérito de unificación y representación ante los otros países, países que abandonaron hace tiempo lo de las “testas
coronadas”.
Quisiera decir que mi
indiferencia hacia las coronas en general y la nuestra en particular me induce
única y exclusivamente a observar el vestuario de las damas y cotillear sobre
sus arrugas en una de las revistas que todos conocemos por el excesivo número
de páginas que le dedica y el buen coloreado de sus fotografías.
Ocurre que una cosa es esta
inocua pérdida de tiempo y otra muy distinta la relevancia que las actuaciones de
determinados personajes pertenecientes al citado grupo llevan implícitas en la
economía y la vida de nuestro país. Como adorno, servían, de acuerdo, como
embajadores, en determinadas ocasiones, también, y no olvido una muy precisa
actuación del jefe de todos ellos en un momento muy difícil de nuestra historia
reciente.
Pero por mucho que algunos
quieran cerrar ojos y oídos a hechos concretos de esa misma realeza, como si
volviésemos al medievo, considero inútil y absurdo en pleno siglo XXI tratar de
justificar lo injustificable por eso tan simple de “cuidar la estabilidad de la
corona y del país”.
La corona debe cuidarse solita,
que para eso lleva años ejerciendo su fácil y cómoda misión. Si además de una
vida casi regalada, vamos a soportar los caprichos de un soberano en plena
crisis viajando con su “asesora” a matar elefantes, y dejando que su deportista
yerno, de nombre difícil, haga y deshaga a voluntad utilizando el título que
consiguió (y perdonen la ordinariez) por un buen braguetazo…además de elaborar
la más compleja trama de sociedades ilegales bajo el nombre de “Noos”, entonces es que además de
estar en crisis los españoles hemos entrado en un estado de estupidez que raya
en catatónico.
Cada día nos despertamos con un
nuevo imputado más cercano a las puertas de palacio que el anterior. El socio
primitivo, a la vista de que querían cargarle el marrón a él, ha hecho lo
normal, que es defenderse con uñas y dientes, aunque las uñas sean las de la
infanta esposa y los dientes casi, casi del suegro coronado. De momento hoy han
imputado al secretario de las infantas para que explique hasta donde llegaban
sus relaciones con el yerno vasco y cuales eran sus funciones como tesorero del
célebre instituto “Noos”. Alerta con los tesoreros, cuyo cargo parece alterar
las meninges, de acuerdo con la actuación del anterior, ex del partido que
gobierna.
Los correos electrónicos son un
invento buenísimo según cual sea la utilización que de ellos se haga. Han
desterrado al fax, al teléfono y no digamos a las cartas antiguas por correo,
hoy casi prehistóricas. Lo malo es la impresora, la conservación que por aquello de “por si las moscas”, lleva a cabo alguna de
las partes. Cuando se juega sucio, hay
que saber jugar, y en ocasiones la conservación de e-mail escritos en momentos
eufóricos pueden dar a quienes juegan muy malos ratos posteriores. Que se lo
digan al yerno en cuestión con su bromita en torno al título, tan de mal gusto
como atrevida.
La Casa Real no ha caído del cielo como
decían en Mesopotamia que llegó Gilgamecht, uno de los reyes de la ciudad de
Ur. Es terrenal, demasiado por lo que estamos viendo, y sus miembros saben que
la herencia no es garantía de nada si no cuenta con el apoyo del pueblo.
No he hablado de abdicación, que
conste. Pero no debían olvidar que si antes hubo barcos que salieron de
Cartagena, hoy existen aviones más rápidos y con diversidad de destinos
posibles.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Con la ciencia infusa no estoy de acuerdo, y con la sangre"azul" por los siglos, mucho menos. Así que esperemos que se ganen el sustento como todo hijo de vecino y se dejen de tonterías.
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