(Artículo publicado en el diario SUR el 18 de abril de 2013)
Puede que en muchos el olvido
haya hecho de las suyas en torno a personalidades del ámbito cultural y
artístico que unos cuantos años antes del florecimiento en papel couché de lo
que iba sucediendo en nuestra ciudad, con especial atención a lo que dio en
llamarse “jet-society, llegaron a Marbella, y en ella instalaron residencia
para sus vacaciones. Los espectaculares escotes, peinados y trajes de la Señora Von Bismarck, Jackie
Lane, Ira de Fustemberg y compañía, deslumbraron en revistas específicas,
haciendo de nuestra ciudad y especialmente de sus veranos, un plató
cinematográfico con películas de escaso
argumento pero mucha imagen.
Las fiestas glamurosas, galas
benéficas, elecciones de “Ladies”, y bikinis en playas reservadas con el nombre
de “Beach” en letras doradas, tejieron una leyenda de oropel desenfrenado que
algunos todavía añoran como si el auténtico destino de Marbella fuese aquella
gran babel de elitismo y pijadas.
Debido a ello quedaron relegadas
en el pasado, que no lo era tanto, figuras destacadas de características muy
distintas, cuyo renombre venía precedido de valores y fama adquiridos por su
inteligencia o su arte. En este apartado quiero traer hoy al artículo dos
singulares hombres de letras a los que tuvimos la suerte de tener entre nosotros
y nos regalaran algo de su sabiduría.
El primero de ellos venía del
norte y era hijo de la célebre escritora cántabra doña Concha Espina y de don
Ramón de la Serna. Perteneció
al cuerpo de Inspectores de Enseñanza Primaria antes de entrar de lleno en el
mundo del periodismo donde destacó pronto por su estilo y su preparación
clásica. Su nombre era Víctor de la
Serna, fue director del diario “Informaciones” y en 1955
recibió el Premio Nacional de Literatura por sus crónicas de viajes por España.
Amigo del ministro Girón, recaló en Marbella sobre los últimos años cincuenta y
pasó en la calle que ahora lleva su nombre largas temporadas en un chalet allí
existente, desde el que salía para pasear y charlar con la gente que encontraba
a su paso. Escribía entonces para ABC y en variados y múltiples artículos se
ocupó de Marbella, con un detalle que debo resaltar. Al documentarse para estos
artículo topó en la “Historia de Málaga y provincia” del historiador Guillén
Robles, con el gentilicio “marbellí” que Guillen usaba como sinónimo de
“musulmán de Marbella”. A Víctor de la
Serna le gustó y consiguió en cierta medida popularizarlo,
afirmando que poseía una mayor sonoridad que el habitual “marbellero”. Sencillo
y gran conversador, De la Serna
fue un magnífico y señorial publicista de la ciudad.
El segundo visitante, más
olvidado quizá que Víctor de la
Serna, fue Wenceslao Fernández Flores, coruñés fallecido en
1964 y uno de los grandes novelistas de la primera mitad del siglo XX. Su obra,
teñida de una suave ironía destacó en papel y luego en Teatro: “El malvado
Carabel”, “Relato inmoral”, “Las siete columnas” y especialmente “El bosque
animado” le consiguieron fama, prestigio, y la obtención de un sillón en la Academia Española
de la Lengua.
Don Wenceslao vino pronto para
el sur, en 1920 le invitaron la familia del Moral, propietaria de la Colonia El Angel. Igualmente escribió para ABC, y cuando ya
Ricardo Soriano levantó la “Venta y albergue del Rodeo”, apareció un artículo
suyo del que destacaré algunas bellas y muy sensatas frases:
“En la zona de Marbella existen
lugares cautivadores en los que un mar tibio y tranquilo se une a un sol que
rara vez se ausenta del cielo azul y generan días mágicos que ponen en la
sangre el gozo de vivir dulcemente”. La
lucidez del escritor se aprecia en la siguiente, digna de un hombre que
profetizaba lo que después tuvimos que sufrir:
“Si ha de acometerse la labor de
preparar un reducto del que sea casi excluido el invierno, es necesaria una
coordinación que le dé eficacia. Habría que comenzar el estudio de los planes
que permitan con dignidad recoger prosaicamente el oro que el sol derrama sobre
el litoral”.
Con personas como Víctor de la Serna y Wenceslao Fernández
Flores Marbella dignificó su papel de anfitriona. Sus consejos fueron olvidados
y es un error que con posterioridad estamos pagando.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
No se puede decir con mejores palabras...esa es la Marbella que tenemos que recuperar, donde haya gente instruida y culta que pase por encima de esa Marbella de lujo y casposa. Felicitaciones Ana
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