(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 29 de agosto de 2013)
La evolución es el factor más decisivo de
todo cuanto existe en el planeta tierra. Inmovilidad es sinónimo de muerte. La
vida exige cambios que contribuyan a perfeccionar lo que quizás en un principio
estaba en estado latente. Lo definió mejor que nadie Darwin en su teoría “Los
orígenes de las especies”. Gracias a sus
intensos estudios y experiencias conocemos mejor el largo camino recorrido por
el hombre hasta llegar a ser reconocido como tal.
En esa línea encontramos a Heráclito y su
famosa frase sobre aguas y ríos. Si nadie puede bañarse jamás en la misma agua
porque ésta discurre continuamente, cabe pensar que en muchos aspectos de la
vida, pocas cosas permanecen estáticas, y lo que hoy es, puede dejar de serlo
en un futuro no necesariamente lejano.
Con todo, y a pesar de que deberíamos ser
conscientes de lo escrito, a veces desearíamos que ciertas cosas, seres,
acontecimientos o momentos felices, permanecieran inmóviles y así poder
atraparlos para siempre. Famosa es la frase bella y romántica que Goethe
pronunció: “Detente, instante…¡eres tan hermoso!”como protesta por tener que
perder el momento de pasión que le
desbordaba.
Largo prólogo para escribir sobre un asunto
real que nuestra ciudad lleva sosteniendo desde que las cosas parecen ir mejor y
los que escribimos sobre ella tratamos de definir de distinto modo. Empiezo sin
ambages diciendo que la palabra “glamour” no entra en el capítulo de mis
preferidas. Se que es un vocablo codiciado por quienes –con la mejor de las
intenciones, no lo dudo- desearían verlo de nuevo en simbiosis con el de
Marbella, como no niego que estuvo durante tantos años. Aunque a algunos les
parezca mágica en lo que al turismo se refiere, intentaré exponer mi desacuerdo
con ella.
Marbella ha tenido en su camino hacia la
internacionalidad y la fama diversas etapas que no podemos ignorar so pena de caer
en el chauvinismo inútil. La primera de ellas, llamémosle de esplendor total
corresponde a la llegada de personajes singulares que descubrieron su potencial
y además de disfrutarla le dieron lustre a través de sus apellidos. No haría
falta nombrarlos, pero vayan unos cuantos por aquello de ser agradecido:
Soriano, Hohenlohe, Berghese, Neville, Bismarck, Schoemburg, Coca, Banús
…más un etcétera que todos conocemos. Ellos arrastraron consigo a otros con
fama, pero sin el glamour indispensable,
caso de los muchos actores y actrices, árabes ricos y financieros sin auténtico
pedigrí. Entre todos surgió un ambiente fértil para el crecimiento económico y
el renombre adquirido. También para el cliché facilón de la llamada
absurdamente “jet-society” que tantas páginas rellenó de revistas del corazón.
Paralelo a ello, surgió el estereotipo de la Marbella repleta de
personajes acartonados y miméticos que se repetían una y otra vez como momias
pétreas inmortalizadas con el vaso de ginebra en mano.
No es mi pretensión criticar un tiempo pasado
en el que todos vivimos –o lo parecía- felices, con dinero de sobra y con
nuestra ciudad en grandes letras de molde de un dorado espectacular. Pero es
necesario recordar la segunda etapa, aunque como Alonso Quijano, preferiría
olvidarla. Bajamos casi a los infiernos por muchas causas dentro de las cuales
no podemos culpar solo a quienes hoy se sientan en banquillos judiciales. Tal
vez los hados pretendieron bajarnos los humos y darnos una lección de humildad.
Casi lo consiguen, pero hemos mantenido el tipo con alguna que otra cicatriz
como recuerdo.
La famosa crisis aumentó lo anterior y
acudimos a una especie de Prozac natural que nos llegaba desde La Concha hasta la salubridad
de nuestro mar. Dijimos algo parecido a lo escrito por Rilke: ”¿Quién habla de
victorias? Sobreponerse es todo”. Resistiendo estábamos cuando el verano nos
trae una esperanza entre sus grandes calores. Se llena la ciudad sin que quepa
un alfiler. Hoteles repletos, alquileres a toda pastilla, playas como manchas
humanas, bares sin huecos y hasta el comercio renaciendo de la gran parada
anterior. Marbella vuelve a ser lo que
era. Ciertamente, así lo parece, más
creo que es el momento de reflexionar. Nadie puede bañarse dos veces en la
misma agua. Y lo digo para las voces que ya he oído acerca de la vuelta del
dichoso glamour de antaño. No debemos esperar nuevos Hohenlohes o Gunillas , ni confiarlo
todo a unas cenas de alto standing de algunos ricos que nos visiten. La
aristocracia ahora tiene nombre de euro o dólar, viste túnica árabe o habla en
el idioma de Tolstoi. Las diferencias son, especial y casi únicamente, el
estado de sus finanzas, pero no la sangre azul, o los títulos nobiliarios.
Acabó la etapa de nombres con mayúsculas
brillantes. Eso no significa que no sigamos siendo la ciudad más deseada y tengamos
personas con clase, cultura y elegancia.
Significa que debemos trabajarlo más para
continuar en primera fila. Todos. El Ayuntamiento, por supuesto, pero también
el taxista, el camarero y el que vende cualquier cosa. En definitiva, usted, amable lector y
servidora, que elucubra porque ama y
desea lo mejor para su ciudad.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Como siempre Ana felicitaciones por tu nuevo artículo. Siempre acertada en tus reflexiones. Igual que las personas no nos debemos mecer en un pasado glorioso para vivir de las rentras de este y de los recuerdos, una ciudad no debe mirar para atrás para intentar repetir lo que ya nunca va a suceder porque, entre otras cuestiones, fueron momentos y circunstancias distintas. Pero si podemos aprender de todo lo que sucedió que fue bueno y de aquello no tan bueno para no repetirlo.
Hablar de la Marbella de lujo me produce una gran ambivalencia porque entiendo que es bueno para todos por los ingresos que genera al municipio, a nuestros comercios y en general a todos, porque todos nos beneficiamos pero también hay otra Marbella la de los comunes, la de la gente normal que no le interesa el lujo ni la ostentación, como puede ser mi caso y que me preocupa en cierta manera porque a veces ese lujo desorbitado no es algo que creo de lo que uno pueda sentirse orgulloso cuando delante de ti ves un Ferrari que vale más que tu casa y un señor dentro que se gasta en media tarde en Moët & Chandon, la misma cantidad, por lo que una familia de Marbella o de cualquier otro sitio, acaba de ser desahuciada. No es una buena imagen para la educación de nuestros hijos que pueden llegar a pensar que lo normal en la vida sea tener una mansión de 6 millones, un yate en Puerto Banús y una vida de superlujo. Mientras vas al ambulatorio de Leganitos y es el mismo edificio decrépito al que tienen que ir los turistas normales y nosotros pese a la mala imagen (no la de sus profesionales). Hay otra Marbella la de la gente que no puede ni quiere aspirar a esa otra vida, respetable aunque no compartible, pero que entre todos, como tú bien decías, debemos contribuir para que esas dos Marbella estén en simbiosis y en igualdad de oportunidades. Que sigamos teniendo una ciudad turística de primera línea y una ciudad moderna, sostenible, vivible y con oportunidades para sus ciudadanos.
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