(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 3 de octubre de 2013)
La
Iglesia Católica
es una organización de carácter religioso que cuenta con 1.166 millones de fieles
en su haber, de acuerdo con el último anuario dado a conocer por los expertos
del Vaticano. Parece increíble, a pesar de los casi dos mil años de su
existencia, que aquél primer grupo de hombres que decidieron seguir al Nazareno
tras quedar subyugados por su palabra y sus hechos, -primero discípulos,
después apóstoles-, se haya multiplicado de tal forma a la par que
transformado, y constituya en la actualidad un brazo tan poderoso en creencias
y poder.
No voy a entrar aquí en si sería o no ese el
objetivo que Jesús de Nazaret pretendía cuando caminaba incansable por tierras
hebreas y repetía la palabra amor una y otra vez en hermosas parábolas o
realizaba prodigios que reafirmaban con hechos su vocablo preferido. Haría
falta teólogos con la sabiduría de Hans Kung, Tamayo, Cardenal o
Helder Cámara, para poder polemizar con conocimiento sobre
tema tan especial.
Aplazadas por tanto, las hipotéticas conclusiones,
la realidad es que una inmensa mayoría de los que somos cristianos pertenecemos
a la Iglesia Católica
y estamos por ello dirigidos espiritualmente por el Papa de Roma. Sucesor de
San Pedro, igualmente ignoraré en estas líneas
lo que como historiadora conozco de algunos de los que ostentaron ese
nombre, aunque no esa dignidad, y ustedes me entienden.
Quiero fijarme hoy en la figura del actual
regidor de la Iglesia,
el Papa Francisco. Argentino, de setenta y cinco años, llega al ontificado por
la renuncia de su antecesor, Benedicto XVI. Cuando el 13 del pasado marzo el
hasta entonces Cardenal Bergoglio salió al balcón central de san Pedro como
nuevo Papa, algunos de los allí presentes observaron cómo el que quiso ser
llamado Francisco, no llevaba sobre sus hombros la muceta roja y la suntuosa
estola carmesí, símbolos de su nueva dignidad. Saludó a la multitud con un
sencillo “buenas noches”, hizo un chiste y puso a la gente a rezar sin más un
padrenuestro avemaría y gloria por él y por su antecesor. Llevaba una cruz
pectoral de madera y plata, sin gemas deslumbrantes ni oro, y dijo que se
sentía más como Obispo de Roma que como Sumo Pontífice. Después vinieron otros
gestos, detalles llamativos pero sin verdadera importancia aparente: nada de
zapatos rojos, los suyos negros de siempre, nada de anillo del Pescador fundido
en oro, sobraba con uno de plata sobredorada, renuncia a ocupar los aposentos
pontificios y se queda en la Casa
de Santa María, una hospedería ubicada al sur del Vaticano, donde ocupa la
habitación 201. Y comienza desde el primer día con lo que era su obsesión: los
pobres.
El Papa Francisco empezó por alterar símbolos
y ha ido cada vez a más, que es lo interesante para quien lo vea de verdad como
continuador de aquél Jesús con el que todo comenzó . En seis meses ha provocado
una especie de seísmo que no veíamos desde 1959 cuando el Papa Roncalli ( Juan
XIII) convocó de sorpresa el Concilio Vaticano II, único precedente en siglos
de un golpe de timón tan fuerte.
De las muchas innovaciones inesperadas
(conventos vacíos que eran alojamientos turísticos y él quiere transformarlos
en lugares para refugiados, aceptación de la homosexualidad, posibilidad de
mujeres sacerdotes) destaco el acercamiento a uno de los problemas básicos de la Iglesia: el de la Teología de la Liberación.
El pasado 12 de este mes, Francisco abrazaba
en su hospedería al peruano Gustavo Gutierrez, el anciano creador de la Teología también llamada
de los pobres. Dicha teología, en la que destaca también Leopoldo Boff, ha sido
acusada por sus antecesores en el pasado (Woytila y Rattzinger) como de base
comunista debido a que proclama la opción de los pobres y marginados como
preferente, y defiende una economía que camine en esos parámetros. Fueron
expulsados de la Iglesia.
Acaba
de notificar también que piensa acelerar el proceso de beatificación de Oscar
Arnulfo Romero, el incómodo arzobispo salvadoreño que se empeñó también en
defender a los pobres y fue asesinado por sicarios y militares de extrema
derecha mientras decía Misa, en 1980. Roma olvidó aquel asesinato al que llamó
“incidente” en más de una ocasión.
Cabe la posibilidad de que nuestro Papa vea
difícil de someter a quienes militan en el ala más conservadora de una Iglesia
(Kikos, Opus…etc) y crean que está llegando demasiado lejos. Pero puede
igualmente interesar más a jóvenes del siglo XXI, y a otros menos jóvenes, pero
convencidos con él de que solo el Evangelio interpretado en su estado más puro
da consistencia a la fe en quien fue su autor y en la organización que bajo el
nombre de Iglesia, dice representarlo.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
4 comentarios:
Este Papa est'a poniendo a cada cual en su sitio. ¿Podrá acabar con el poder de esa corte terrenal que es el Vaticano?
Ana te felicito por este artículo. Aunque no soy muy creyente por no decir nada si me ha llamada la atención este Papa. Que haya sido elegido no es casualidad ya que la iglesia catolica necesita cambiar esa imagen rancia y añeja y casi, me atrevería a decir, anacrónica. La teología de la la liberación es la doctrina que se debería haber seguido desde el el vaticano con un mensaje más cercano a Cristo y por eso pisotearon a este movimiento, puro remordimiento de conciencia.
Pompa,boato,vanidades...¿Son ayuda para mitigar el hambre y la miseria en muchas partes del mundo? La calle es el espejo del mundo en que vivimos y no debemos ignorarla. Este Papa parece que la escucha.¡Ojalá cunda el ejemplo!.
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