14 de noviembre de 2013

HEMOS PERDIDO LA FE

(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 7 de noviembre de 2013)
Aunque el diccionario –hoy digital– afirme que la fe es una virtud teologal que constituye el conjunto de creencias de una religión, también asegura que llamamos fe a la confianza en algo o alguien cuya autoridad aceptamos. No es a la primera de las acepciones a la que quiero referirme (también en ella imagino pérdidas o al menos dudas de la razón), sino a la segunda, pues es la cuestión de la confianza en la autoridad la que tengo interiorizada como causa de nuestro actual malestar.
Un día, lejano ya y desde luego venturoso, apareció una urna en nuestras vidas de personas sometidas al mandato único, y fue en su interior donde colocamos con cierta emoción un ligero papel cuya levedad material encerraba la mayor de nuestras esperanzas. Todas las que habíamos ido acumulando en demasiado tiempo de acatar lo que una sola persona y sus acólitos  decidían por nosotros. La Democracia nos transformaba en ciudadanos pensantes y capaces de  elegir a quienes en nuestro nombre iban a llevar al país, no solo a Europa, también esperábamos que a una feliz convivencia sin demasiados problemas.
Han pasado más de treinta años de aquella ilusoria esperanza. No tan ilusoria, cierto, ya que la libertad, el más deseado de los dones, merecía la pena por ella misma y a pesar de lo que escriba más abajo, sigue ahí en su lugar de donde estoy segura no volverá a desaparecer. Lástima que el hombre necesite algo más que ideales para seguir vivo. Que su parte de naturaleza animal –en palabras de S. Pániker- le exija realizar actividades propias, como alimentarse, defecar, reproducirse, etc, y un techo y trabajo para dar cabida a las anteriores.
La confianza, o fe, nos hizo pensar que gran parte de la solución a estos problemas podría venir de la tenue papeleta que con nombres propios y tanto fervor depositábamos cada cierto tiempo en las urnas. Ellos, capitanes de nuestros ideales y deseos, eran inteligentes, estaban preparados y venían con afán de servicio. Los creímos durante un tiempo, por aquello de ser bien pensados y la confianza. Altos o bajos, elegantes o desaliñados, con mayor o menor voz, todos la alzaban para gritar lo del “afán de servicio” como un mantra que aprendido una vez se repite por inercia. Pero seguíamos creyéndolos. Aún perduraba la fe.
No recuerdo con exactitud en que momento empezamos a ir perdiéndola. Quizás fue más lento de lo que hoy nos parece, y aceptemos que en ese camino se cruzó como espada devastadora algo con lo que no contábamos. Devastadora y flamígera, la Crisis, dama con argolla inquisitorial y casi guadaña, hizo su aparición como lo hacían las epidemias del Medievo, sin avisar y con enorme poder de contagio.
Era el momento donde la praxis se situó en primer lugar e igualmente donde los que decían gestionarla comenzaron a quitarse la máscara. La máscara que encubría el “afán de servicio” y cualquier ideología de derechas o izquierdas. Sálvese el que pueda, o lo que es lo mismo, aprovechemos el poder que nos han concedido, la situación, la oportunidad y llenemos nuestros sacos antes de que otros lo hagan por nosotros. Una nueva figura apareció en el horizonte, la corrupción. Con más fuerza aún que la crisis, igual de extendida, de contagiosa, de increíble para quienes habíamos depositado la esperanza en aquella lejana papeleta.
Hombres y mujeres, tanto los que hablaban de “descamisados” como los que seguían gritando ¡Viva España! con tufillo nostálgico, idearon complicados tejemanejes para dedicarse con mayor o peor estilo al simple hecho de robar al resto de los españoles.
Y el río empezó a crecer hasta desbordarse en funestas cataratas de juicios, cárceles, imputados, recursos, más juicios, más cárceles, hasta que faltó lugar en ellas para algunos cuyas fechorías eran más complejas y necesitaban magistrados con dos pares de narices.
En esas estamos y seguiremos estando por desgracia durante largo tiempo. Asistiendo impotentes a la ruindad de nuestros gobernantes, o de gran mayoría de ellos. Tantos, que ni caben en estos folios ni en mi infeliz memoria. Tantos que los pocos honrados tienen sobre su cabeza la espada de Damocles de la comprensible duda ciudadana.
Nos han defraudado y han hecho que perdamos la fe. En ellos, en la política y casi en las urnas que hayan de venir. Jamás se lo perdonaremos.
Ana  María  Mata

Historiadora y novelista. 

3 comentarios:

Javier Lima dijo...

Hemos perdido la fe en los políticos pero no tanto como en la política, a la cual hay que cargarla de razón y dignidad para que volvamos a creer.

Me quedo con la frase de Bernard M. Baruch: vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione.

Fabiola Mora dijo...

Ana María, gracias por tu muy buen artículo.
Desgraciadamente muchos de los que hoy se hacen llamar políticos esos que dicen representarnos, son un grupo de villanos sin escrúpulos que viendo en los partidos políticos la herramienta para conseguir sus mas oscuros objetivos, (que no son otros que su propio enriquecimiento a costa de los ciudadanos), se instalaron en estos partidos, en muchas ocasiones pisando las cabezas de sus propios compañeros, destruyendo el significado de libertad y democracia en el hoy maltrecho termino de Política.
Éstos narcisistas de su propia avaricia, éstos que no quieren enterarse de que trabajan para nosotros, éstos a los que con mil esfuerzos pagamos sus desorbitados sueldos, éstos que nos están robando nuestra preciada libertad, que han mancillado el nombre de la Democracia, de la Política, y del Bienestar Social, éstos que nos menosprecian e intentan callarnos con sus Decretos y Leyes retrógradas, éstos representantes del descrédito internacional, Estos que anclados en la mentira se creen dueños de nuestras vidas. Estos que están por encima del bien y del mal.
Éstos ahora mas que nunca deben de ser el motivo de no perder nuestra FE.
Esa FE que tiene que venir del convencimiento de que nosotros la Ciudadanía estamos por encima de ellos, y que desde dentro o fuera de los partidos políticos todavía hay personas que creemos que NUNCA hay que rendirse, y que somos capaces de destronar a estos “parásitos” que intentan aniquilar todo lo que somos y todo a lo que aspiramos. Nosotros seguimos teniendo la Fuerza, la Voz y la Razón, sólo debemos creérnoslo y salir del cómodo letargo, en el que nos hemos instalado, destronando a éstos maestros del engaño.
Lo último que perderé será la FE, porque siempre seguiré creyendo y luchando, como a mi humilde entender haces tu con tus artículos que son a la vez una bofetada de realidad y un ejemplo de lucha, creencia y FE.

Javier Lima dijo...

¡Muy bueno Fabiola! A la altura del artículo de Ana María.