(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 19 de junio de 2014)
Aquel calor asfixiante y plomizo quedó como
recuerdo desgarrado del día cruel en que se marchó. Veinticuatro de junio. Las
hogueras de San Juan apuntaban en la lejanía sus lenguas de fuego. Marbella
dijo adiós de forma casi inesperada a un hombre todavía joven que la amó
desmesuradamente, cuya ausencia costaría aceptar y más aún tratar de suplir.
Diecisiete años ya de aquel día funesto. La
noche en que perdimos todos al ser humano a
quien la suerte hizo caminar a nuestro lado. Marido, padre, amigo,
médico, historiador, excelente persona. Irreemplazable conocedor del alma de su
pueblo. De un pasado que investigó con
afán encomiable. Escritor de alta gama, de bella prosa con encabalgamientos
casi líricos. Estudioso hasta el fin. Enamorado de la vida. Todo eso y más
habitaba en el interior de Francisco Cantos Moyano, Paco, el amigo inolvidable
al que todavía no le hemos perdonado la faena de dejarnos huérfanos de su
presencia, de morirse.
Nadie merecía como él el pequeño homenaje que
a título póstumo recibe. Marbellero de Honor. Su corazón quizás lo presentía
desde los tiempos de juventud, cuando instaló a la ciudad en el fluir de su
torrente sanguíneo. No he visto a nadie luchar por nuestro ser inviolable como
lo hacía Paco. Por el núcleo esencial que constituye nuestra herencia
histórica. Luchar con palabras y escritos para que fuésemos auténticos,
desplazando las muchas naderías que querían añadirnos, las excentricidades que a
manera de recargadas gárgolas íbamos soportando.
En aquella grande y hermosa casa donde nació,
en la que su padre era ya personaje mítico, forjaría la vocación doble de
médico y escritor. Me llamó en una bella presentación cultural, “mi vecina de
enfrente”, y no he podido olvidar –porque lo era, ciertamente- su cuarto
atestado de libros, la pequeña máquina de escribir y una foto de la Concha, la sierra cuya
visión tanto placer le producía.
Estudió medicina cuando ya había recorrido el
pueblo entero con su pequeño maletín de practicante: voluntad encomiable de un
hombre dispuesto a conseguir sus objetivos. La ejerció con brillantez y con el
gesto amable de quien trabaja entre los suyos, con su gente. Era famosa la
media sonrisa tímida de Paco, oculta bajo sus gafas de miope que escondían la
grandeza de una sencillez apabullante.
Necesitaba saber más y estudió la historia de
Marbella desde todos los ángulos y épocas. Escribió artículos en diarios y
revistas, organizó jornadas culturales para la Hermandad de los
Romeros, de la que fue el más inteligente y entusiasta de los cofrades. Le dio
alma, espíritu, cultura y amor. Fui testigo y puedo dar fe.
En
momentos en los que fuimos objeto de deseo únicamente por el oropel de los
famosos, cuando nos convertimos para los de fuera en una especie de Sodoma y
Gomorra, contamos con la firmeza de Paco, como emisario cultural que grita a
los cuatro vientos la verdad y esencia
que existe detrás de una fachada banal.
Fue un hombre querido, y eso tal vez sea lo
más importante. Afirmo rotundamente que nunca tuvo un solo enemigo, que el
homenaje de ahora pudo haber sido antes, porque el pueblo lo esperaba con
ahínco.
Aprendí tanto de él en generosidad como en
conocimientos, que durante mucho tiempo después de su muerte esperaba su
llamada para comentar un dato o una frase, un poema…hasta que la realidad se
encargaba de bajarme del feliz compañerismo que habíamos tenido.
Nada me gustaría más que haber compartido con
Paco el título de “Marbelleros de Honor” y tomar una cerveza, para celebrarlo
con él, con Mari-Loli y sus hijas.
Pero igualmente levanto hoy una copa mirando al cielo, allí donde nos
enseñaron a poner la mirada del “después”.
¡Va por ti, Paco, enhorabuena! Marbella y
quienes te quisimos, no te olvidaremos nunca.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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