23 de junio de 2014

MARBELLERO DE HONOR



 (Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 19 de junio de 2014)
Aquel calor asfixiante y plomizo quedó como recuerdo desgarrado del día cruel en que se marchó. Veinticuatro de junio. Las hogueras de San Juan apuntaban en la lejanía sus lenguas de fuego. Marbella dijo adiós de forma casi inesperada a un hombre todavía joven que la amó desmesuradamente, cuya ausencia costaría aceptar y más aún tratar de suplir.
Diecisiete años ya de aquel día funesto. La noche en que perdimos todos al ser humano a  quien la suerte hizo caminar a nuestro lado. Marido, padre, amigo, médico, historiador, excelente persona. Irreemplazable conocedor del alma de su pueblo. De un pasado que  investigó con afán encomiable. Escritor de alta gama, de bella prosa con encabalgamientos casi líricos. Estudioso hasta el fin. Enamorado de la vida. Todo eso y más habitaba en el interior de Francisco Cantos Moyano, Paco, el amigo inolvidable al que todavía no le hemos perdonado la faena de dejarnos huérfanos de su presencia, de morirse.
Nadie merecía como él el pequeño homenaje que a título póstumo recibe. Marbellero de Honor. Su corazón quizás lo presentía desde los tiempos de juventud, cuando instaló a la ciudad en el fluir de su torrente sanguíneo. No he visto a nadie luchar por nuestro ser inviolable como lo hacía Paco. Por el núcleo esencial que constituye nuestra herencia histórica. Luchar con palabras y escritos para que fuésemos auténticos, desplazando las muchas naderías que querían añadirnos, las excentricidades que a manera de recargadas gárgolas íbamos soportando.
En aquella grande y hermosa casa donde nació, en la que su padre era ya personaje mítico, forjaría la vocación doble de médico y escritor. Me llamó en una bella presentación cultural, “mi vecina de enfrente”, y no he podido olvidar –porque lo era, ciertamente- su cuarto atestado de libros, la pequeña máquina de escribir y una foto de la Concha, la sierra cuya visión tanto placer le producía.
Estudió medicina cuando ya había recorrido el pueblo entero con su pequeño maletín de practicante: voluntad encomiable de un hombre dispuesto a conseguir sus objetivos. La ejerció con brillantez y con el gesto amable de quien trabaja entre los suyos, con su gente. Era famosa la media sonrisa tímida de Paco, oculta bajo sus gafas de miope que escondían la grandeza de una sencillez apabullante.
Necesitaba saber más y estudió la historia de Marbella desde todos los ángulos y épocas. Escribió artículos en diarios y revistas, organizó jornadas culturales para la Hermandad de los Romeros, de la que fue el más inteligente y entusiasta de los cofrades. Le dio alma, espíritu, cultura y amor. Fui testigo y puedo dar fe.
 En momentos en los que fuimos objeto de deseo únicamente por el oropel de los famosos, cuando nos convertimos para los de fuera en una especie de Sodoma y Gomorra, contamos con la firmeza de Paco, como emisario cultural que grita a los cuatro vientos  la verdad y esencia que existe detrás de una fachada banal.
Fue un hombre querido, y eso tal vez sea lo más importante. Afirmo rotundamente que nunca tuvo un solo enemigo, que el homenaje de ahora pudo haber sido antes, porque el pueblo lo esperaba con ahínco.
Aprendí tanto de él en generosidad como en conocimientos, que durante mucho tiempo después de su muerte esperaba su llamada para comentar un dato o una frase, un poema…hasta que la realidad se encargaba de bajarme del feliz compañerismo que habíamos tenido.
Nada me gustaría más que haber compartido con Paco el título de “Marbelleros de Honor” y tomar una cerveza, para celebrarlo con él, con  Mari-Loli y sus hijas.
Pero igualmente levanto hoy una  copa mirando al cielo, allí donde nos enseñaron a poner la mirada del “después”.
¡Va por ti, Paco, enhorabuena! Marbella y quienes te quisimos, no te olvidaremos nunca.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista
                                                            

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