(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 29 de mayo de 2014)
Noticias como esta bien merecen líneas de
reconocimiento. De felicitación a quienes hayan intervenido en el hecho y de
gozo porque nuestro Hospitalillo parece que va consolidando su papel como
receptáculo cultural. Enhorabuena. He dicho “nuestro” y nunca como en esta
ocasión el pronombre está justificado. El Hospital Real de la Misericordia fue y sigue
siendo, para los que a su lado hemos pasado de la infancia a la madurez en la
ciudad de Marbella, el “Hospitalillo”. Diminutivo cariñoso que fue creciendo en
nuestro lenguaje popular al mismo tiempo que sus funciones originarias iban
perdiéndose, fruto de la evolución histórica.
Todos sabíamos de la riqueza patrimonial que
los siglos habían acumulado en él, aun cuando en años pasados sufriera un
abandono injusto por parte de los respectivos munícipes. A pesar de ello nunca
perdió el carácter primordial de ser un lugar para curarse. Aunque su pomposo
nombre de Real Hospital sucumbiese al más adecuado de hospital menor durante
los siglos XX y principios del actual.
Dicen los documentos antiguos: “Hospital para
que en él se curen las personas forasteras”, de acuerdo con la función otorgada
por los Reyes Católicos a finales del siglo XV. Dos plantas, con un pequeño
patio central con bellas arcadas. Capilla con puerta tallada mirando a la calle
San Juan de Dios de techo artesonado y Camarín con imagen de la Virgen de los Reyes. En
ella se decía misa cantada todos los años el primero de mayo por las almas de
los Reyes Católicos, sus fundadores.
No dudo que cumpliría su cometido durante
largo periodo de tiempo. Después fue diluyéndose como los periodos de la Historia. Tal vez hubo una época
con menos forasteros, o los que habían eran menos necesitados. Quizá faltaron
fondos para su mantenimiento. La realidad es que llegó hasta el siglo pasado
con sus posibilidades muy mermadas pero en pié.
Mis recuerdos personales guardan de él unas
cuantas habitaciones en la planta alta donde pernoctaban personas enfermas con
escasos recursos y en ocasiones, algunas otras que habiendo sufrido un percance
de salud no podían ser trasladadas a la capital. Me acuerdo del terrible accidente
de tráfico de Juan Luis Lorenzo, persona muy conocida, a quien –imagino- por su
gravedad no pudieron mover a un hospital superior.
En la memoria aparece también en el ala de
arriba la vivienda del muchas veces alcalde de la ciudad, Francisco Cantos y su
familia. Recuerdo el patio, con los
bellos arcos a punto de caerse en pedazos y algunas macetas a su alrededor.
Tal vez a quien mejor recordamos los de antes
es a Mariana. Porque durante años fue el alma del Hospitalillo, su guardiana,
directora, aprendiz de practicante y casi de médico. Mariana vivía en él y, en
una habitación que servía a manera de consulta para casos de emergencia, donde
de vez en cuando aparecía un galeno, ella reemplazaba sus ausencias con la
habilidad que la práctica concede para curar heridas a niños accidentados,
incluido el poner puntos de sutura con manos maestra. Hablo con la experiencia
de una madre a cuya hija le incrustó nada menos que diez en pleno rostro.
Mariana, que en su juventud parece que fue
republicana, tenía una historia secreta que dejó de serlo. Haber ayudado a
ocultar una imagen sagrada de la
Encarnación para que los “rojos” no la destrozasen. La conocí
ya reconvertida a la iglesia, presencia imprescindible en procesiones y autora
de un Belén cada navidad, muy cuidado, al que nadie dejaba de visitar.
El Hospitalillo resplandece hoy, tras su
recuperación y restauración de hace pocos años. Alberga la sede de la UNED donde se estudiaban las
carreras de Derecho y Turismo así como el Acceso a la Universidad para mayores
de 25 años. Ahora se ampliará este abanico para ofertar el primer año de
Psicología, Pedagogía y Trabajo Social.
Magnífica opción que aparece como un rayo de
luz en Marbella en momentos en los que el país entero llora por la sequedad
cultural en presupuestos culturales.
Creo que no podía el Hospitalillo desear
mejor suerte. Cada vez que paso junto a él o me siento en una de sus sillas
como receptora de algo que engrandecerá mi espíritu, siento alegría íntima por
su vitalidad y lo que para nosotros representa.
Folios y muchos renglones llevo escritos
sobre su abandono. Agradezco que las lágrimas hayan dejado paso a la mayor de
las sonrisas.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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