(Artículo publicado en el Tribuna Express del 18 de septiembre de 2014)
El hombre es un ser de lejanías, dijo el gran
filósofo Heidegger, recordándonos que en lo más profundo de su identidad el ser
humano necesita horizontes que proyecten ante él percepciones nuevas y
distintas de las que constituyen su entorno inmediato, el reducido espacio en
el que nuestro yo se desarrolla y que acaba por volverse rutinario.
Según él esa y no otra es la génesis de lo
creado, existir para ser conocido y ampliar al máximo las posibilidades del
cerebro humano. La existencia de cuanto nos rodea se presenta así como oferta
ante nuestros sentidos y nuestro espíritu, preparado para el placer del
descubrimiento si nos ponemos a ello.
He pensado tanto en las “lejanías” de
Heidegger a lo largo de mi vida que, creyendo en ellas, advertí pronto la
verdad de su afirmación. Es más, puede que el principal sentido de la vida ( en
el supuesto de tenerlo) es el hecho de descubrir, lo que entendemos por
acercarnos a algo que desconocíamos y sentir su presencia ante nuestro
intelecto, bien sea a través de los ojos o de cualquier otro sentido
apreciativo.
Vuelvo de un pequeño viaje, en un primer
momento casi irrelevante, y dentro de mí se ha instalado un cúmulo de
sensaciones nuevas, inesperadas a priori y tal vez por ello mucho más bellas e
impactantes.
Confieso mi ignorancia anterior a todo lo
relacionado con la provincia mediterránea de Girona. La actualidad hoy se mueve
en parámetros distintos y el turismo avasallador parece inundado por lo que se
relaciona con lo lúdico, el culto al cuerpo y sus placeres.
El sol es el rey absoluto de las masas que
abandonan sus lugares especialmente en su búsqueda. Entendible por aquellos que
lo consideramos de la familia y quizás no valoremos su débito con él. Por su culpa, sin embargo, relegamos a un
segundo o tercer plano lugares y rincones que no incluyan en su periplo sol,
mar y sus derivados.
Nos equivocamos tanto que conocemos la
existencia de pueblos como Lloret de Mar, Cadaqués o Tossa por ser emblemas
vacacionales en la llamada Costa Brava. Y olvidamos a la propia Gerona, como si
más que la capital fuese una segundona entre sus pueblos del litoral.
Somos libres, desde luego, de elegir una
tumbona entre la multitud de bañistas y un buen restaurante en Palamós, o la belleza única, casi imaginada más que
real, de un lugar del interior, solo a treinta o cuarenta kilómetros de toallas
en simbiosis arenosa.
El lugar se llama Besalú, encajado piedra a
piedra sobre los ríos Fluviá y Capelladas, concebido como fortaleza medieval,
dorada imagen de casas amalgamadas en torno a la Colegiata de Santa
María, onírica urdimbre de callejas empedradas que suben y bajan con
serpenteantes guiños arquitectónicos hasta transformarse en laberinto visual.
Un gran puente de 145
metros, siete arcadas y espectacular ángulo oblicuo da
la bienvenida a un escenario cuya intención primera parece ser hacernos creer
en su irrealidad. Declarado
recientemente uno de los pueblos medievales mejor conservado de Europa, es
tanta su autenticidad que nos transporta al pasado haciéndonos creer que un blanco caballo fuese a aparecer de
inmediato pisando las piedras con jinete, casco y espada. Les juro que Besalú
ha quedado en mi memoria como una fantasía más que un pueblo esencialmente
judío del siglo XI donde palpitaban con gozos y sombras, corazones de seres humanos.
Los
judíos fueron parte destacada de Gerona desde el comienzo del siglo IX. La
historia relata que veinticinco familias judías se instalaron en ella en el
888 y formaron lo que llaman el “Call”,
barrio después aumentado y llegado hasta
hoy en un estado de conservación admirable.
Incluida en la Marca Hispánica, fue
conquistada por los francos y convertida en estado ducal por Wifrido el
Velloso. En la Guerra
de la Independencia,
tuvo un papel principal en su lucha contra el francés. Destila historia a
raudales y como colofón al viaje, el azar nos hizo partícipes de la Diada, en unos días muy
particulares debido a sus actuales reivindicaciones. Es su fiesta nacional, y
pocos sabíamos que conmemoran una lucha perdida. La Guerra de Sucesión entre
Borbones y Austrias se decantó por los primeros y la llegada de Felipe V. Cataluña apostó por los Austrias y en contra
del recién llegado, quien no tardó en abolir la Constitución catalana
anterior.
Raíces que llegan al presente con un sentido
más o menos erróneo o distorsionado de la propia historia y los derechos
catalanes. Cuestiones que los políticos utilizan para sus fines e insuflan al
pueblo, gran parte de él ajeno a sus
maniobras, gente educada y servicial que
derrochan amabilidad y no quieren provocar desafectos.
Si descubriéramos pueblo a pueblo, siguiendo
la “lejanía” del filósofo, el país que nos ha tocado habitar su conocimiento nos haría un poco más sabios
y desde luego, mucho más felices.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Por que todo no es Marbella. Gracias Ana por recordamos que en nuestra península existen lugares que quitan el sentido. Conozco aquella zona y Gerona es una ciudad muy habitable y acogedora. Suelo visitar cerca de allí el Parque Natural de la Garrotxa lugar donde erupcionaron los últimos volcanes de la península y todavía se pueden apreciar sus cráteres como el de Santa Margarita y degustar unas productos gastronómicos a la altura de esa maravillosa zona.
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