En los días de mi adolescencia, tiempo
feliz en el que viví inmersa en libros
de cabeza a pies trabajando en la librería de mis padres, llegué a tener un
sueño recurrente: me encontraba cara a cara con algunos de mis autores
preferidos en un lugar extraño y ellos se me acercaban cariñosamente hasta el
punto de poder abrazarles personalmente y dialogar de temas diversos. No hace
falta el psicoanálisis para comprender lo que entonces ya significaba la
literatura para mí, la felicidad que me proporcionaba y la idealización lógica
que de sus autores tenía incrustada en mi cerebro.
La madurez –quien me lo iba a decir- ha
conseguido hacer realidad aquella fantasía onírica. Un domingo de Agosto pasado
aquella niña que casi bebía libros en los escalones de su casa mientras soñaba
con quienes los habían escritos, como si fuesen ángeles o príncipes y no seres humanos, recibió el
mejor regalo que nadie pudiera hacerle nunca: el abrazo fuerte, cariñoso y
según parecía, sincero, no ya de un escritor famoso, sino de uno de los
preferidos, que encima, es Premio Nobel de Literatura.
Abrazar a Mario Vargas Llosa , créanme, y
cruzar unas palabras con él ha sido, en frase de uno de los Iglesias cantantes,
“casi una experiencia religiosa”.
Utilizo en el encabezamiento del artículo el
pronombre “nuestro”. A posta y con orgullo, quiero presumir en nombre de mis
paisanos de lo que significa el honor de tener como Hijo Adoptivo al Nobel
peruano. Que un hombre como él, solicitado en todas la Universidades y
Colleges del mundo, aplaudido como el mejor exponente de la literatura
Hispanoamericana actual y consagrado como novelista a la altura de Flaubert o
Faulkner, así como periodista e incluso autor de teatro excepcional, haya
elegido nuestra ciudad como lugar de descanso donde “llega como a un pequeño
paraíso” desde hace veintisiete años, y expresara en su melodioso tono de
orador las cosas bellas que encuentra en sus paseos matinales frente al mar, en
las calles pequeñas y en los amigos que ha ido forjando aquí, mientras aclaraba
que la “Marbella que conozco no es la de la jet society”…, y lo dijese en alta
y clara voz una calurosa tarde de verano, enfundado en riguroso traje con
corbata, aguantando con la debilidad del ayuno el calorín, los besos, aplausos
y gritos de cuantos quisimos acompañarle
en un instante feliz para él, según dijo, pero mucho, mucho más para una ciudad
a la que hacía falta el espaldarazo cultural que su aceptación significa, el
orgullo de saberse elegida por el poseedor de un cerebro fuera de serie, una
mente endiabladamente sublime y una persona con la elegancia de dentro hacia
fuera, y no al revés, como la que conocemos en tantos habituales.
No es mi misión escribir sobre su obra.
Carmen Diaz, Consejala de Cultura lo hizo de manera brillante. Tampoco de sus
muchos premios además del Nobel. Imagino que sabrán de su marquesado, obsequio
del rey anterior. No presume del título, porque ni siquiera lo hace de su
ingente obra, traducida a todos los idiomas del mundo. Dijo en Estocolmo que el
premio era un homenaje a la lengua española más que a su persona.
Y en nuestra lengua ha contado las más
variadas e increíbles historias, en técnicas múltiples que van desde el
multiperspectivismo al efecto de contraste conseguido mediante varios
narradores y vidas paralelas. La independencia estética que su experiencia
europea le proporcionó hizo que lograra salir un tanto de sus comienzos peruanos y alcanzase el afán totalizante de
sus últimos tiempos.
No se puede leer “La Ciudad y los Perros” y
quedar indemne. O “La
Casa Verde”, o la tan aplaudida “La Fiesta del Chivo”.
Enriquece nuestra ciudad el tener como
“paisano ilustre” a Mario Varga Llosa. Aunque algunos de los habitantes de ella
quisieran demostrar con su ausencia como la estupidez puede alcanzar grado
superlativo si se antepone la política y los intereses de la misma al
conocimiento literario y cultural. Pobre ciudad si llegasen a ser mandatarios.
Pobres mentes imbuidas de siglas y estigmatizadas por la corrupción.
La
Europa culta,
universitaria, intelectual e inteligente envidia hoy nuestra suerte por algo
más que el sol y la temperatura, sus fiestas y los yates de Banús.
Mario Vargas Llosa, el encantador de las
letras, es para siempre ya, Nuestro Nobel.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Gracias Ana por poner en palabras lo que todos sentimos ese día.Estuvimos sentadas muy cerca la una de la otra,hicimos comentarios y disfrutamos del momento irrepetible. He revivido aquel rato maravilloso al leerte.Te mando un abrazo literario.
Garbiñe
Publicar un comentario