8 de noviembre de 2014

UN CASTIGO ESPERADO

No creo que a nadie le extrañe lo que está pasando en estos últimos días. Por supuesto el asunto de las imputaciones a políticos, menos que nada, habida cuenta de lo acostumbrado que estamos, por desgracia, a hechos delictivos que procedan de quienes dicen gobernar, y con más descaro aún, representarnos. La clase política se ha convertido en España en sinónimo de malas artes, engaño, y robo sin pudor, seguramente porque cada uno de los mangantes debe pensar que es más listo que su antecesor, lo hace mejor, y  a él no lo van a descubrir. Se equivocan, aunque solo en parte. Descubrir se les descubre, por fortuna, pero lo que le sigue cuenta en su favor: Salen muy pronto de la cárcel (los que entran) y no devuelven ni un euro, por mucho empeño que la fiscalía ponga en ello. Como ellos  lo saben, imagino que  les debe compensar a tenor de cómo se multiplica y repite la llamada hoy delincuencia política.
 El país es una ciénaga que si tuviese olor nos llevaría a emigrar. He perdido el número y los cargos ostentados por la inmensa vastedad de corruptos, pero da igual porque seguro que de aquí a unas fechas, habrá ido en aumento. Cuesta aceptar estas cosas a quienes creíamos que ser demócratas era algo más que una palabra poco conocida antes. La decepción es un virus parecido al último, el Ébola, que una vez instalado es difícil combatirlo y fácil que surja el contagio. Remontarla costará más que las voces que se oyen ahora de regenerar, limpiar, pulir…y  adjetivos similares. No valen perdones y rostros compungidos, ni siquiera las expulsiones de los más osados. Algunas cosas hay que solucionarlas antes porque el después suele ser nefasto.
Normalmente a la mala praxis suele seguir un castigo no se si reparatorio, pero sí, desahogante. Y eso es justamente lo que significa Podemos y el éxito que parece tener y las encuestas le dan. El ser humano reacciona ante el daño, igualándolo si puede, y si no, vengándose de quienes lo producen. Está en la ley natural, aquello de “ojo por ojo”, ya saben. La Biblia habla mucho de ello, parece que la maldad viene de lejos.
Sabemos que el que se siente ofendido, ofende en cuanto esté en su mano. Porque no puede hacer otra cosa y porque le sale de muy dentro, como si al hacerlo reparase en si mismo parte de la ofensa.
Pablo Iglesias es más que nada el hombre oportuno en el momento justo. Como si dijéramos, estaba ahí en la recámara esperando su instante, y se lo hemos brindado en bandeja. Simplemente ha salido de ella y ha mostrado (con gran habilidad, eso sí) su imagen de joven bueno, serio, preocupado y progre. Los medios de comunicación y las redes sociales han hecho lo demás. El castigo está servido con afiliarse a sus palabras y dar la espalda a los de siempre. Se lo merecen, decimos, y es verdad. Hacía falta un revulsivo que sin llegar a lo trágico signifique una debacle política. Y en esa estamos.
Ocurre, empero que la Humanidad es más antigua que Pablo Iglesias y Podemos. Por eso, quizás la Historia llega a ser didáctica y repetitiva a partes iguales. Lo que ellos dicen querer hacer ya lo han dicho y hecho otros antes. Se llama, más o menos, intento de conseguir una sociedad, no mejor para todos, sino mediocre en su totalidad. Se llama mando único y obedientes corderos bajo consigna. Los entendidos le suelen llamar Populismo. Lo de menos es el nombre. Importa conocer sus pretensiones de fondo y como llevarlas a cabo, cosas que no dicen a pesar de lo mucho que se prodiga el jefe, cuyo rostro es una copia, dicho en broma, del otro joven de moda, el pequeño Nicolás, como si el azar jugara al parchís o la oca con ambos.
Los partidos al uso deberían tomar buena nota e incluso dar un golpe en la mesa y arrojar lejía sobre las cabezas de sus políticos. Será difícil convencer al votante, pero el ciudadano debe pensar también que a veces se cumple el viejo refrán: Malo vendrá que bueno te hará. Atención a la excitante novedad. Mañana podríamos estar todos iguales pero en la miseria.
Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista

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