El país es una ciénaga que si tuviese olor
nos llevaría a emigrar. He perdido el número y los cargos ostentados por la
inmensa vastedad de corruptos, pero da igual porque seguro que de aquí a unas
fechas, habrá ido en aumento. Cuesta aceptar estas cosas a quienes creíamos que
ser demócratas era algo más que una palabra poco conocida antes. La decepción
es un virus parecido al último, el Ébola, que una vez instalado es difícil
combatirlo y fácil que surja el contagio. Remontarla costará más que las voces
que se oyen ahora de regenerar, limpiar, pulir…y adjetivos similares. No valen perdones y
rostros compungidos, ni siquiera las expulsiones de los más osados. Algunas
cosas hay que solucionarlas antes porque el después suele ser nefasto.
Normalmente a la mala praxis suele seguir un
castigo no se si reparatorio, pero sí, desahogante. Y eso es justamente lo que
significa Podemos y el éxito que parece tener y las encuestas le dan. El ser
humano reacciona ante el daño, igualándolo si puede, y si no, vengándose de
quienes lo producen. Está en la ley natural, aquello de “ojo por ojo”, ya
saben. La Biblia
habla mucho de ello, parece que la maldad viene de lejos.
Sabemos que el que se siente ofendido, ofende
en cuanto esté en su mano. Porque no puede hacer otra cosa y porque le sale de
muy dentro, como si al hacerlo reparase en si mismo parte de la ofensa.
Pablo Iglesias es más que nada el hombre
oportuno en el momento justo. Como si dijéramos, estaba ahí en la recámara
esperando su instante, y se lo hemos brindado en bandeja. Simplemente ha salido
de ella y ha mostrado (con gran habilidad, eso sí) su imagen de joven bueno,
serio, preocupado y progre. Los medios de comunicación y las redes sociales han
hecho lo demás. El castigo está servido con afiliarse a sus palabras y dar la
espalda a los de siempre. Se lo merecen, decimos, y es verdad. Hacía falta un
revulsivo que sin llegar a lo trágico signifique una debacle política. Y en esa
estamos.
Ocurre, empero que la Humanidad es más antigua
que Pablo Iglesias y Podemos. Por eso, quizás la Historia llega a ser
didáctica y repetitiva a partes iguales. Lo que ellos dicen querer hacer ya lo
han dicho y hecho otros antes. Se llama, más o menos, intento de conseguir una
sociedad, no mejor para todos, sino mediocre en su totalidad. Se llama mando
único y obedientes corderos bajo consigna. Los entendidos le suelen llamar
Populismo. Lo de menos es el nombre. Importa conocer sus pretensiones de fondo
y como llevarlas a cabo, cosas que no dicen a pesar de lo mucho que se prodiga
el jefe, cuyo rostro es una copia, dicho en broma, del otro joven de moda, el
pequeño Nicolás, como si el azar jugara al parchís o la oca con ambos.
Los partidos al uso deberían tomar buena nota
e incluso dar un golpe en la mesa y arrojar lejía sobre las cabezas de sus
políticos. Será difícil convencer al votante, pero el ciudadano debe pensar también
que a veces se cumple el viejo refrán: Malo vendrá que bueno te hará. Atención
a la excitante novedad. Mañana podríamos estar todos
iguales pero en la miseria.
Ana María Mata
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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