Hay virtudes admirables que elevan al ser
humano por encima de la mediocridad en la que generalmente nos movemos; pero
existe una que creemos menor, y sin embargo haría falta una reivindicación del
valor en ella implícito ya que en su ausencia, las otras son deficitarias y
pobres. Me refiero a la coherencia, esa difícil conjunción entre la prédica y
la acción, las ideas y su puesta en práctica, aquello que a veces pensamos y
deseamos pero no cumplimos en la realidad.
Días pasados, cuando en Málaga el salón de La Térmica resultó
insuficiente para albergar a todos los que queríamos oír en directo al escritor
Antonio Muñoz Molina, creo con poco temor a equivocarme, que no solo estábamos
allí por el placer que la calidad y belleza de sus escritos nos proporcionan, –que también– sino por el convencimiento de que en él aflora el inapreciable y
escaso don de la coherencia.
Hace tanto tiempo que conozco a Muñoz Molina,
que a veces incluso me parece alguien de la familia. He seguido su obra con la
minuciosidad del entomólogo con sus insectos. Creo haber leído todo cuanto
tiene publicado en periódicos, revistas y ensayos. Por descontado sus novelas
que siempre espero con expectación. He rastreado, dentro de lo posible pero
igualmente con esmero, las distintas etapas de su vida desde aquel venturoso
día en que le descubrí con “El invierno en Lisboa”. Supe de su etapa de
funcionario en Granada, leí con fruición sus artículos del Ideal recopilados en
“Diarios de un Náutilus y “El Robinsón urbano”, sus posteriores y continuados
logros en premios así como su nombramiento como miembro de la Real Academia de la Lengua. Se transformó, como era
natural, en inalcanzable modelo de mi pobre escritura, le imaginé como Director
del Cervantes neoyorquino…y hasta por motivos ajenos a este artículo tomé café
con el en Baeza y supe de su vida familiar y de su afición al jazz.
Todo lo anterior es para decir que de ese
“conglomerado” lo que por encima de todo me hace seguirle con devoción es su
coherencia . Muñoz Molina –y esto es un
atrevimiento por mi parte– creo que
escribe tan bien y de forma tan bella porque su cabeza y su víscera central
caminan al unísono. Expresa lo que siente y cree, después de análisis
reflexivos internos que le llevan a veces a decir cosas que no suelen gustar a
la mayoría, o no están a la última. Ama apasionadamente el Arte en todas sus
manifestaciones, es un erudito en muchas materias, además del lenguaje, pero lo
que más llega al lector de cualquiera de sus escritos es su autenticidad. Por
eso no se le puede etiquetar de manera absoluta, por eso pega palos a unos y
otros, incluso a quienes en su primera juventud admiraba y leía, y ahora forman
simplemente el poso de sus creencias actuales.
No defraudó A. Muñoz Molina a la mucha gente
que le escuchábamos. No es guapo ni elegante, además, no va de intelectual, ni
de famoso, simplemente de escritor que da sus opiniones de todo cuanto se le
pregunta. Como imaginarán se le preguntó mucho, porque el momento es propicio
para hacerlo. Dijo no ser derrotista a pesar de lo que está cayendo, porque el
nihilismo no conduce a nada. Afirmó una vez más el papel de la educación y el
conocimiento. De la democracia, entendida como responsabilidad desde el propio individuo
y el cumplimiento de las leyes. Alabó la cordura y la sensatez hasta el
infinito.
Mi humilde opinión, reflejada en estas líneas,
es que si hubiese muchos que le oyesen y
le hicieran caso, este país sería otro muy distinto. Me muero de ganas
de hablar de su próxima novela que está al caer…pero no. Solo quería escribir
hoy de un hombre que califico como necesario, en quien coinciden ideas y
actitud. Se llama Antonio Muñoz Molina.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
2 comentarios:
Admirable Muñoz Molina, me parece un ciudadano ejemplar, y uno de esos escritores que impulsan a escribir cuando se le lee.
Gracias por recordárnoslo Ana María.
Es verdad Ana María que personas como Antonio Muñoz Molina son más necesarias que nunca cuando parece que escasean valores como la coherencia y la sabiduría. Ellos nos muestran porque son vitales los faros en las borrascas morales que vivimos.
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