17 de enero de 2015

LA DIVA DE LA FONTANA DE TREVI



Es difícil que hayan podido olvidarla. Es una de esas escenas de cine que pasan a la historia como emblemática y acaban transformando en míticos a sus personajes. El momento en el que Anita Ekberg  se acerca a la Fontana de Trevi de noche y canturreando y admirada por su belleza se mete al agua mientras le gritaba a un estupefacto Marcelo Mastroianni que también lo hiciera, fue una escena única que dejaría embelesado a medio mundo, con su traje negro, su melena rubia y un cuerpo escultural.
 
Federico Fellini consiguió con “La Dolce Vita” y esta escena en la más famosas de las fuentes romanas una película a la que el tiempo consagró como imprescindible en la historia del cine y logró que Anita Ekberg se convirtiese en una especie de Marilyn europea. La actriz había nacido en Malmoe (Suecia) y al parecer fue Bob Hope quien encandilado con su belleza espectacular aseguró que había que darle el inexistente Nobel de Arquitectura a sus padres por moldear semejante cuerpo. Había ganado el título de Miss Suecia en 1950. En Hollywood alcanzaría una fama que siempre estuvo más ligada a su imponente belleza que a sus cualidades de actriz. Trabajó otra vez con Fellini en “Boccacio70” y con Bigas Luna en “Bambola”.  Tenía 83 años y acaba de morir en una residencia de ancianos de Roma.
La noticia ha provocado en mi mente una serie de remolinos de imágenes, recuerdos que mis neuronas han hecho aparecer como si la “naftalina”en la que los guardé hubiese hecho mutis por el foro. El reloj del tiempo funcionando hacia atrás me ha devuelto a una juventud que perdí y a una Marbella tan distinta que casi no reconozco. Visionar de golpe la década de los sesenta, el “Gotha” de personaje que edificaron casas en nuestro suelo, que vivían tranquilos ensimismados con el clima y el entorno, que alternaban  con los nativos, y nos daban fama en el exterior, es un proceso difícil al día de hoy, en un mundo global y un pueblo extraño por todo lo que encima hemos ido almacenando en tantos años de tecnología abrumadora, pero también de codicia y pérdidas, de algún que otro gozo y bastantes sombras.
La actriz de la Fontana de Trevi, la escultural Anita Ekberg  protagonizó unas horas largas de mi vida de entonces de forma un tanto extraña que no me resisto a dejar solo en la neblina de mis recuerdos. Mi marido, abogado, hablaba inglés y en su despacho se reunían extranjeros de variada índole por aquello del idioma. Llegó a tener clientes de toda Europa y algunos americanos, contando sus penas y sus ganas de vivir aquí, que para ellos era Jauja dorada, por los precios de entonces. Militares retirados, deportistas, príncipes o duques, financieros e imagino que también algún que otro innombrable. Eran muchos y yo, por supuesto, (al estilo de una infanta en entredicho) no los conocía a todos. Eran tiempos de hogar y niños, de embarazos y paseos por la Alameda para las mujeres. Estaban los Beatles, aquellos melenudos vestidos de negro. Creo que en España, Los Pekeniques, y, todavía, como no, El Dúo Dinámico.
Fue un día de Enero, como el de ahora cargado de luz. Mis dos hijas pequeñas acababan de empezar a ir al colegio. Quien escribe estaba por desgracia en la cama ya que me habían diagnosticado una pleuritis de cierta importancia que necesitaba reposo. El tiempo que no pasaba leyendo lo hacía enfadada con el mundo, cabreada por la faena del encame. Deprimida, se diría hoy. Sonó el timbre y el perro ladró como de costumbre. A partir de ahí, el panorama se desvanece y en su lugar aparece en mi retina una mujer…cuya descripción al día de hoy todavía se me resiste. Altísima, grande, rubia, exageradamente guapa, con ojos azules enormes, boca pintada de rojo y espectacular sonrisa que alternaba con frases en inglés. Ocupaba el quicio entero de la puerta, no miento, y aparte de desear desaparecer, servidora no hizo más que pegar un respingo de miedo, de sorpresa…hasta pude pensar que había muerto por la pleuresía y aquello era un trozo de cielo (o de purgatorio, yo que sé) donde habitaban las mujeres más grandes y guapas por un motivo que yo desconocía.
Me repuse cuando Arturo apareció detrás con su ilimitada sonrisa de oreja a oreja. Pude fijar la mirada en la mujer, y comprendí sin comprender que era la actriz Anita Ekberg quien me sonreía y se disponía a saludarme con un beso.
Pude morir, pero de infarto. La apabullante cordialidad de Anita tardó en conseguir que lograra balbucear dos o tres palabras (en español, que ella estaba aprendiendo) y le sonriera agradecida por haber querido visitar a la mujer de su abogado que estaba triste y deprimida. Comprendí luego que aquél cuerpazo imponente escondía una mujer de gran humanidad y simpatía condicionada por su físico y por la película de Fellini.
He visto varias veces en el transcurso de los años “La Dolce Vita” y la escena de la Fontana. Cada vez que Anita entraba en la fuente, yo la veía entrando en mi habitación, como un hada o un enorme fantasma llegado del cielo.
Cosas de aquellos años en Marbella… Perdonen el atrevimiento de contarles mi peculiar batallita.

Ana  María  Mata    
Historiadora y novelista

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