18 de marzo de 2015

COMO DECÍAMOS AYER…

     Ocurre que al final va a tener razón Carlos Marx cuando dijo que “la historia puede repetirse dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”, y quien dice la historia dice también algunas cosas relacionadas con ella, por ejemplo las promesas que políticos de diversa índole hacen a los ciudadanos, bien en campaña electoral, o en otra ocasión que se le parezca.
Dice la ministra Pastor que desde hace quince años, la Junta de Andalucía viene prometiendo el célebre tren litoral, sin que hasta ahora exista ni un atisbo de que van a cumplir la promesa. Tiene razón. Pero el asunto tiene más INRI, como decimos los de pueblo, vean si no  lo que relato a continuación.
 Cuando servidora era pequeña, y después, en los primeros años del turismo, mi padre, hombre absolutamente de fiar, decía de vez en cuando, si la ocasión lo propiciaba o se hablaba de los problemas con Portillo, que siendo él jovenzuelo (nació en 1904) ya se hablaba de traer hasta Marbella un tren de cercanías que facilitaría la ida y vuelta a Málaga de viajeros, turistas o no.
Todavía hay más. Según contaba, su padre igualmente le hablaba a él de que el recién creado ferrocarril (1848) iba, con el tiempo a tener unos ramales costeros. En ambos casos, los políticos del momento, en el caso de mi padre el dictador Primo de Rivera, prometían al inocente hombre de la calle, algo que por su envergadura no era para el día siguiente, y con lo que podían soñar hasta que el sueño se desvanecía, como ocurría una y otra vez.
Es decir, que “nuestro” anhelado tren litoral no es un conejo que la Junta o Fomento se hayan sacado ahora de la chistera de donde, cuando es necesario, los que mandan, cual mago prodigioso, suelen sacar sus promesas y mentiras. Lo que sí parece el tren es un buen artilugio para ocultar muchas otras necesidades, menos útiles para el ensueño, pero también antiguas y urgentes.
Que desde el siglo pasado y hasta de finales del anterior nos hablen del tren como si del vulgar chocolate del loro se tratara, el caramelo con que calmar la llorera, el regalo de Papa Noel, o los juguetes de los Reyes Magos…dice poco, poquísimo de los políticos en lo que a imaginación se refiere, pero dice menos aún de la consideración que nos tienen como seres pensantes y racionales.
No sé ustedes, pero estoy harta en grado superlativo de que unos simples candidatos y gobernantes se adjudiquen ellos mismos la potestad de engañarnos desde tiempos inmemoriales, con total impunidad, además de hacerlo de manera tan repetida y vulgar. Cada vez que quieren el voto o la gratitud del personal acuden al trenecito de marras, como si no supiéramos que de todas las promesas, la más difícil de cumplir va a ser precisamente esa, aunque solo fuese por el coste.
Oí decir hace unos días a un grupo de arquitectos e ingenieros que en vez de decir chorradas para niños de pecho, intentasen al menos, en lo que al tráfico se refiere, hacer de una vez los tan necesarios carriles de desaceleración, en las autovías existentes, con lo que muchos accidentes podrían evitarse.
No quiero olvidar que en relación con el tren, unos le llaman tren litoral, para toda la Costa del Sol, con grandes pretensiones como la conexión con el aeropuerto. Otros, más humildes, tren de cercanías, imagino que como una prolongación del de Fuengirola. Y -afirman- que el gobierno va a trabajar con cinco alternativas en el plan de viabilidad. Me pregunto que cada alternativa tendrá supuestamente para ser estudiada un plazo parecido al que tenía el tren que Primo de Rivera prometió a la generación de malagueños entre los que se encontraba mi padre. O sea, que cinco por…X, podemos esperar que para cuando elijan la definitiva , mis biznietos, tal vez se suban a sus vagones y hagan el viaje feliz del que sus antepasados también les contaron. 
De momento estén contentos si cuando lean estas líneas han acabado una acera más de las muchas comenzadas. O un trocito de calle.  Como cada año electoral.
Hagamos que nos creemos el interés por la ciudad.  Así el engaño por lo menos será mutuo. Pero igualmente absurdo, desde luego.


Ana  María  Mata
Historiadora y novelista   

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