8 de abril de 2016

M. VARGAS LLOSA Y SUS CINCO ESQUINAS


Que ochenta años no son nada lo dice no solo la antigua canción sobre los veinte, sino el rostro y la figura del hombre a quien hoy quiero felicitar por ello y a quien dedico las líneas de mi artículo.
Con todos los premios literarios existentes en su haber (ninguno de ellos concedido en falso) y un curriculum de publicaciones aplastantes, Vargas Llosa podía decir adiós a la novela y dedicarse a esa nueva vida que sin tener que explicar, todos sabemos de qué se trata y con quién comparte. Solo con los Doctorados Honoris Causa, homenajes, conferencias y algún que otro artículo en periódicos relevantes bastaría para llenar sus horas libres, si es que los periodistas acodados en el portal de su nueva casa se lo permitían.
 Pero el autor de “La Casa Verde”o “La Ciudad y los Perros”, por nombrar sus  dos primeras novelas, el peruano mitad cochabambino que aterrizó un día en Barcelona y cayó en los amplios brazos de la gran agente Carmen Barcell, no quiere o no puede vivir sin escribir, como el mismo contó en su fiesta de aniversario y unos días antes en la presentación de su último libro, la novela “Cinco Esquinas”.
Repitiendo una y otra ves su “mantra” al confirmar que el día más feliz e importante de su vida fue el día en que aprendió a leer, Don Mario, con la elegancia de un dandy del novecento y la templanza que caracteriza su voz, afirmó que ha escrito esta novela porque nunca va a perdonar a su antiguo rival Fujimori y a quienes les hacían de consejeros el daño que su actitud prolongada produjo al Perú y a los peruanos.
Buen conocedor de esa época política en la que tomó parte activa, Vargas Llosa utiliza  la escritura quizás como catarsis personal de aquel momento en el que una determinada prensa que califica de “amarilla” era manipulada por el poder para intimidar a los críticos y de esa forma silenciar lo que de puertas adentro el gobierno de Fujimori iba tramando.
También en la novela la prensa rosa  recibe lo suyo, quien sabe si no solo por lo de entonces sino por el momento  -curiosos vericuetos personales que el azar reúne- actual que sufre y, según propia afirmación, soporta con resignación por ser el precio que debe pagar ante una felicidad inesperada.
 Como no es cosa de seguir por ese camino y pisarle los pasos al ¡Hola! escribiré como lectora apasionada de este hombre imparable que un día, además escogió Marbella para sus vacaciones y a quien hicimos, si no recuerdo mal, Hijo Adoptivo con todos los honores.  Su elegancia de aquél día en el que por suerte estuve presente, quedó impresa en sus palabras de agradecimiento, como siempre lo han estado en las líneas de sus libros, por difíciles o extraños que algunos, los de su comienzo, pudieran parecernos.
Confieso que de los tres primeros de él, La Ciudad y los Perros, Conversaciones en la Catedral y La Casa Verde, solo pude acabar este último, quizás por la sencilla razón de que al haber estado como el protagonista en un internado, comprendía ciertas cosas, que solo entienden quienes la han vivido directamente.
La oscuridad latente en esos libros –que por otra parte fueron muy aclamados por los críticos- tiene una cierta connotación con los avatares del autor en su infancia y adolescencia. Avatares que según propia confesión le llevó a días amargos por la pérdida de un padre que desapareció de golpe sin que nadie le explicara su ausencia. Le llevó también –contó en cierta ocasión- a errores afectivos en la primera etapa de juventud, confundiendo sentimientos familiares con los amorosos.
Paulatinamente fue cambiando de registro hasta llegar a Los Jefes, Elogio de la Madrastra, El Paraíso en la otra Esquina, La Fiesta del Chivo y un etcétera de prodigios literarios en estilo y fondo.
Cualquiera de ellos vale para reconocer en él el genio creador de un hombre que se hizo Nobel, como afirmó sonriendo una vez, en España, y que a sus ochenta años, además de escribir una nueva gran novela, se atreve a vivir con apasionamiento una historia que a otro con menos estilo y valor, le dejaría amedrentado.
Felicidades maestro.

Ana María Mata  
Historiadora y novelista

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