29 de enero de 2018

SOBRE LA SANIDAD

Solemos afirmar que las dos cuestiones capitales de un país son la Sanidad y la Educación. Y lo remachamos con la idea de que España tiene una sanidad muy alta, mejor que cualquiera de los países de Europa. Es cierto que nuestra Seguridad Social alcanza cotas elevadas comparándola con otros lugares y también que fuimos uno de los primeros en crearla en aquellos tiempos en los que el franquismo lo invadía todo.
Estos planteamientos que son imbatibles se dan de bruces con algunos problemas de la más acuciante actualidad. En el momento actual, y por causas que pueden ir desde los flecos de la crisis hasta  algunos desvíos monetarios indebidos (tal y como está la cosa judicial no sería de extrañar), lo cierto es que nuestra sanidad flaquea hasta términos alarmantes.
En días anteriores dos sucesos trágicos nos han ensombrecido hasta límites altísimos: el fallecimiento en el Hospital de Quesada (Úbeda) de una mujer a la que dejaron sola en urgencias doce horas sin ser atendida y sin que nadie del centro se preocupara por su estado, y un poco después otro caso similar en un hospital de Antequera, al que llegó un paciente de 43 años aquejado de síntomas de ictus, y que falleció mientras esperaba durante cinco horas el resultado de unos análisis. Este paciente que debió ser atendido con la prontitud que se aconseja en los casos previsibles de ictus, en los cuales la rapidez es lo esencial, dice a las claras las deficiencias que arrastran los hospitales andaluces para que ningún facultativo ni enfermera se percatasen de la gravedad de lo que al final ocurrió, la muerte de ambos por abandono durante la espera.
La vida de un ser humano es única y cuanto acontezca tras ella puede resultar anecdótico pero no importante para el fallecido. Que ahora se tomen medidas y se convoquen reuniones o sesiones extraordinarias para analizar los fallos, así como la defensa de la consejera de Igualdad sobre los protocolos de acompañamientos de usuarios de centros de mayores en urgencias, no aporta valor alguno a las consabidas pérdidas y solo son referencias a cuestiones administrativas para intentar desviar la atención de los familiares y periodistas.
La Sanidad española tiene en la actualidad graves problemas de personal que recaen en los mismos médicos y auxiliares que trabajan en ella, a los que se les sobrecarga, en un único interés de no contratar a los que hacen falta, aludiendo a problemas de economía general.
El Estado permanece sordo a estas cuestiones, sin advertir, o volviendo el rostro hacia otro lado, que la fortaleza y sobre todo la dignidad de un país está en juego cada vez que ocurren casos como los citados. De nada vale la medicina preventiva y los gastos en recomendaciones publicitarias sobre como actuar en casos puntuales si luego un hombre y una mujer mueren dejados de lado en una sala de un hospital.
Estamos viviendo un tiempo esperpéntico a escala nacional en el que todos somos conscientes de que lo único relevante para el Gobierno de la Nación es lo que va ocurriendo minuto a minuto en Cataluña. El llamado “process” envuelve como una tremenda tela de araña al país entero, a los medios de comunicación, a las redes sociales y por lo que vemos, corremos el peligro de que nos trague sin remedio.
Mientras, la vida de la ciudadanía debe continuar sin que en todos estos ya largos meses se hayan redactados leyes de importancia, convenios sociales, normas ciudadanas y demás tratados por los que, imaginamos, los señores diputados asisten a un Congreso en el que día a día se analizan los pasos del fugado señor Puigdemont como si de una serie por entregas se tratase.
Resulta vergonzoso que se difumine la vida del ciudadano al que más tarde se le pedirá el voto, en aras de un caso casi novelesco o policial.
Mientras, en hospitales que no son de esa región, la gente fallece porque nadie se ha dado cuenta que de que falta personal para atenderlos. Lamentable y dramático.
                                                                                       
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

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