Si preguntáramos a un niño
cualquiera que es para él la Navidad,
nos contestaría, casi con certeza:”regalos, muchos regalos”. Si lo hiciéramos a la madre, diría que mucho
más trabajo, y el padre, respondería: “un pellizco grande a la economía
familiar”.
Diferentes respuestas para un acontecimiento que se ha ido desprendiendo
de sus raíces religiosas para transformarse en fastos alimenticios, algarabía
juvenil, consumismo a destajo y relaciones familiares forzadas.
Piensen en sus Navidades pasadas,
en aquellas que han quedado como entrañables en su memoria. ¿Cuántas fueron?
¿Diez? Seguramente anden por ahí las pertenecientes a su infancia y, años
después, tuvieron un repunte de otras tantas si han tenido hijos. No está nada
mal, suman veinte, pocas cosas bonitas duran tanto. Y sin embargo, es curioso
como el resto de esos años lo pasamos soportando la Navidad, deseando que pasen
esos días, que en otras circunstancias, eran muy esperados,
En esos años de incomodidad
navideña hacemos algo igualmente humano, buscar culpables. Reflexionamos en que
se ha convertido en una operación consumista, en que Papá Noel lo estropeó
todo, que se ha perdido el sentido religioso. Todo eso es verdad, pero existe
gente que no se ha criado en un ambiente especialmente religioso ni consumista
y aún así protesta porque la Navidad ya
no es lo que era, sin advertir que son ellos los distintos.
La Navidad es nuestra memoria.
En realidad Navidad somos nosotros mismos, con las ganas o no de ver anuncios
múltiples con un Papá Noel sonriente y barbudo, con el aguante de tu compañero
o jefe haciendo chorradas en la fiesta de la empresa, con el cuñado con dos
copas de más hablando de política y la mierda del regalo del amigo invisible.
Pero también, y no debemos
dejarlo de lado, es la ilusión anhelante en los ojos, tal vez ya, de tus
nietos, es un padre subido a un taburete para poner la estrella al árbol y una
madre diciendo: “Si te caes, no rompas las
bolas, por favor”.
A pesar de todo lo que hayamos
perdido, la Navidad puede ser, y es, territorio de nuestra mente, de nuestro
deseo de vivirla, y por eso cada uno lo siente de manera muy distinta.
No viene mal recordar uno de
esos días en que todo comenzó hace más de dos mil años en una triste cabaña de
un pueblo llamado Belén. Que aquél niño no iba a ser un niño corriente y por
eso lo de pastores con regalos y reyes viniendo de un país lejano. Que el
pequeño, años más tarde nos regalaría el mensaje de amor más importante de la
historia del hombre. Que todo lo hizo gratis, para acabar muriendo joven y de
forma cruel.
Es difícil eludir lo que ya se
ha convertido en un gran fenómeno social.
Cuando aparezca en nosotros la
astenia navideña, especialmente en los que peinamos demasiadas canas, traigamos
a la mente la sonrisa de un niño ante el Belén, el árbol y su regalo.
Y pensemos, obligatoriamente en
el verso del poeta: Nosotros, lo de entonces, ya no somos los mismos.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)
1 comentario:
Ana Maria, has tocado una realidad que el mundo entero celebra la Navidad como una fiesta más, pero nadie festeja la llegada del Salvador. Mensajes como el tuyo nos llevan a una reflexión profunda tendiente a cambiar nuestra actitud mercantilista. Felicidades por tu artículo. Einar Frederiksen
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