Perdónenme la cursilada de esta palabreja que
no es otra sino la utilizada por los franceses con gran profusión para nombrar
la vuelta de las vacaciones y en especial la de los niños y jóvenes a sus
diversos centros escolares. Francia concede mucha importancia a la
reintegración de jóvenes a su bachillerato, porque en general se la dan a toda
la enseñanza secundaria, base indiscutible, según ellos de quienes serán en un
futuro próximo, universitarios en toda regla.
Muy distinta, por lo observado, de la que
aquí otorgamos a los nuestros. El lunes pasado comenzó la “rentrée” escolar
secundaria en España. Muchos jóvenes de Marbella empezaron una nueva etapa en
sus vidas con el inicio de la ESO y el bachillerato. Pero 110 de ellos lo han
hecho en aulas prefabricadas instaladas en un terreno donde diez días antes
solo había matorrales.
Los alumnos de Xarblanca y Vargas Llosa
llevan años pidiendo la construcción del Instituto que les correspondía y que
los advenedizos manejos de la era Gil transformaron en gasolinera, ocupando el
lugar que el Ayuntamiento debía haber entregado para su construcción a la Junta
de Andalucía. De aquellos polvos vinieron estos lodos, y a la hora de acabar la
formación primaria los alumnos de los colegios mencionados se encontraron con
un vacío como respuesta a su justa necesidad.
En la actualidad hay una promesa de crear un
instituto en terrenos colindantes al Hospital Costa del Sol, pero hasta el
momento ni una piedra cubre el lugar diseñado.
Las aulas, llamadas ahora “caracolas” por
aquello de que el vocablo “prefabricada” posee un elemento fonético
desagradable que induce a la culpabilidad, parece que en general cumplen con
las más elementales normas para la
función que van a ejercer.
Lo que no es óbice para preguntarse por qué
las han empezado a colocar tan solo unos días antes del comienzo de las clases
y debido a ello su deficiente acabado.
Como resultado de todo esto no cabe más
análisis que la triste y ya antigua, incluso, percepción de que la Educación
camina por unos derroteros desastrosos que debía hacernos pensar qué individuos
o ciudadanos estamos formando bajo estas condiciones de estructuras de
inframundo.
No nos debe extrañar por lo tanto que en los
varemos realizados después en Europa entre los distintos países, las
calificaciones correspondientes a nuestro país siempre estén por debajo de la
media. Un instituto finlandés, noruego o suizo, nada tiene que ver con las
instalaciones españolas semejantes. Y no digamos, por descontado, con las
actuales caracolas.
Habrá quien diga que lo que importa es la
calidad de la enseñanza que se prodiga en el interior de los mismos. Pero difícilmente se puede impartir una
clase como es debido, y mucho menos innovar en contenidos bajo el calor
ardiente de un tejado de metal, o sin Internet hoy día. Una cosa lleva
irremediablemente a la otra.
La nefasta impresión de que en esta ciudad
cualquier cosa es más importante que lo relacionado con la cultura aumente cada
vez que una cosa como los barracones salta en los medios.
Después, con los años echaremos la culpa de
ciertos desvaríos humanos a los que ahora son escolares y bachilleres. Y no nos
asiste el derecho. Somos los responsables de su futuro mental.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)
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