Alejandro Amenábar es director de cine. Un
director de la nueva hornada de jóvenes que en determinadas ocasiones saben
unir inteligencia y sensibilidad, técnica y belleza.
Ha escogido para su última película a un
personaje ilustre en el que se unen, en curiosa simbiosis, Historia y
Literatura. Nada menos que a Don Miguel de Unamuno, cuya abrumadora
personalidad escapa de la escena y pantalla como un rayo, para incidir en la
mente del espectador que, expectante, trata de no perderse ni un solo gesto del
insigne escritor.
La Historia necesita a veces de un narrador
ecuánime que, sin perder la objetividad desgrane algunos episodios cuyo eco ha
llegado hasta nosotros intermezclados en nubes de subjetividades varias y
anécdotas, en ocasiones, demasiado frívolas.
La Guerra Civil española no agota nunca su
capacidad de sorprender tanto al espectador como al lector de cualquier libro
de los innumerables escritos para explicarla. Por desgracia, nuestra muy
conocida dicotomía nos lleva a estudiarla de distinto modo según sea nuestra
ideología, y en ocasiones, hasta nuestro estado de ánimo. Los simples y ya anacrónicos
nominativos de “rojos y nacionales” hablan por si solos de las muchas variantes
que podemos encontrar en un mismo episodio de tan terrible época.
Miguel de Unamuno fue un hombre de
inteligencia preclara y mente atormentada por los acontecimientos, que, en
cierta medida, llegaban a sobrepasarle. Nunca fue acérrimo defensor de partido
alguno o político del momento. Pero poseía una voz inquietante y lengua rápida
para detectar a quienes no consideraba como trigo limpio.
A partir de su destierro, provocado por las
críticas a la Dictadura de Primo de Rivera, fue considerado un espécimen
necesitado de observación por los mandatarios de turno.
La República provocó en él nuevas ilusiones
de concordia que se vieron frustradas por los desórdenes y la relajación de sus
líderes. Necesitado de un orden social y cotidiano, al finalizar la furia
bélica creyó encontrar un asidero en la nueva tanda de políticos que formaban
parte del bando nacional.
Todo esto lo reproduce Amenábar con
brillantez en sucesivas escenas en las que se aprecia la inicial preocupación
por encontrar un jefe que encabezara la difícil tarea de ensamblar a todos los
militares sublevados con un objetivo común. De especial interés son los planos
filmados en los que el general Cabanellas y el general Mola discuten la
candidatura del que acabaría siendo denominado, a pesar de ello, algo más
tarde, Generalísimo. Elegíaca puede describirse la actuación de Millán Astray,
y extraordinario el papel desempeñado por el actor que lo representa, en su
defensa de Franco.
Toda una etapa de la historia reciente
contada con elegancia y sencillez. Verídica, aunque en su momento paradójica,
reacción de Unamuno cuando empieza a darse cuenta de la verdadera esencia de
los llamados vencedores. Definitiva la exclamación del escritor en el Paraninfo
de la Universidad de Salamanca: “Venceréis pero no convenceréis”, culminación
de un desengaño en relación con quienes se llamaban a si mismos “defensores del
espíritu cristiano de occidente”.
En la extraordinaria actuación del actor que
da vida a Don Miguel, puede verse mucho del carácter de un hombre entregado por
completo a la reflexión y al espíritu que conlleva la filosofía del pensamiento
.Tenaz, iracundo en ocasiones, desarraigado por sus propios fantasmas internos,
Amenábar creo que ha sabido mostrar una imagen auténtica y veraz del gran
escritor
Aconsejable película que debería ser el
preámbulo de otras en las que, utilizando a Pérez Galdos, continuaran haciendo
cine con nuestros Episodios Nacionales.
Ana
María Mata
(Historiadora y Novelista)
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