La Democracia en un país la sustentan unos
pilares determinados y básicos a través de los cuales esta mantiene su firmeza
y pierde el riesgo de desmoronarse. Entre esos pilares se encuentran las
Instituciones, acordadas por la Constitución y mantenedoras del orden
necesario.
Si alguna de estas instituciones se
resquebraja el edificio entero puede perder el equilibrio esencial y producirse
un caos de consecuencias indeterminadas pero normalmente peligrosas.
La Universidad es una institución que los
poderes educativos ponen al servicio de los ciudadanos para aportarles los
conocimientos necesarios en pro de una formación humana lo más completa
posible. Una Universidad posee en esencia todos los saberes que el ser humano
necesita conocer para alcanzar su más amplia plenitud. Gracias a ellos, el
hombre se desprende de su animalidad, o al menos la minusvalora en aras de
conseguir un eslabón superior en la escala de la evolución.
En las últimas semanas se han producido en
Barcelona una serie de acontecimientos, en los que, por desgracia, han estado
involucrados también los pasillos universitarios. Manifestantes encapuchados
impidieron la asistencia a las aulas de aquellos que, al no estar de acuerdo
con ellos. querían asistir a clase, como les correspondía por derecho. Los
altercados subieron de tono hasta sobrepasar límites de violencia insospechada
que acabaron incluso con algún que otro herido.
Lo más
increible de tan lamentables hechos no es, a pesar de todo, la actuación
de quienes a favor de la independencia y en contra de la sentencia del Process,
arrojaron su agresividad contra compañeros, igualmente catalanes pero
constitucionalistas; lo inaceptable resulta el papel desempañado por profesores
y rectores, que en lugar de apaciguar la tremenda refriega dieron en
aumentarla, aprobando la no asistencia a las clases e incluso incitando al
alumnado a sumirse a las violentas manifestaciones. La posición de rectores y
académicos en este proceso, triste, de degradación ciudadana constituye una voz
de alarma que debiera ser tomada en cuenta por las autoridades de la
Generalitat.
Profesores
y autoridad académica han permitido al alumnado independentista que se sumaran
al caos callejero y formasen parte de la violencia estudiantil, eximiéndolos de
los exámenes y las pruebas correspondientes a las asignaturas de los
respectivos cursos.
En un momento como el actual en el que
Barcelona amanece diariamente convulsa por las agrias manifestaciones que la
discordancia política posee entre sus habitantes, el hecho de que la
Universidad se sume parcialmente a un grupo determinado, mientras otra mitad
del alumnado, con idénticos o mayores derechos en su cotidiana jornada
estudiantil ve interferido su interés por la asistencia a las clases, dice
muy poco y mal sobre el papel de la
Institución que debe estar a favor del conocimiento y la cultura.
Los intereses personales y subjetivos jamás
deben ser mezclados en una Universidad
con los políticos y menos aún menoscabar la calidad de la enseñanza que se
imparte. Si la institución pierde su papel de faro racional en conflictos como
los actuales, deja de ser el pilar sustentador de la democracia que proclama.
Las imágenes de jóvenes interceptados por
encapuchados violentos a su entrada al recinto universitario son una lamentable
muestra de cómo el fanatismo puede hacer temblar las bases de algunas
instituciones que deberían ser sagradas.
Quede constancia de nuestra repulsa a
aquellos que, encargados de su integridad, abandonaron sus funciones a favor de
una mayor violencia.
Ana María
Mata
(Historiadora y Novelista)
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