(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 22 de febrero de 2011)
La última publicación de mi blog, Tertulia en Marbella, comenzaba con: “¿Ves por qué no hay que tirar las cosas? …. Se pierde la oportunidad de los encuentros fortuitos…” De esta manera expresaba brevemente una reciente alegría tras el reencuentro con un cuaderno de notas y dibujos del que no recordaba su existencia. Los comentarios recibidos directamente o de manera anónima, me han llevado a compartir con todos vosotros el mismo asunto de manera que echemos un rato agradable de tertulia como el propio nombre del blog indica.
Precisamente es la herramienta digital la que en estos tiempos favorece los encuentros casuales con antiguos amigos de la infancia, compañeros de colegio, de universidad, del equipo de baloncesto o de la pandilla del verano. A la inversa, las redes sociales, los blogs o las webs permiten probar suerte y acabar encontrando la persona buscada. El resultado muchas veces es decepcionante y en ocasiones no se pasa de un saludo y puesta al día del estado familiar y profesional para dejar la conversación para otro momento, quedando nuevamente la “relación” dormida por tiempo indefinido. Cómo diría Alex de la Iglesia, internet es una realidad que no podemos desaprovechar, incluso como herramienta para mirar atrás.
Pero hay otras formas más materiales y sensoriales que aportan emociones enfrentadas. Me refiero a los objetos olvidados, guardados con una intención que ahora no recordamos o incluso con la idea de habernos desecho de ellos, apareciendo de las maneras más inverosímiles e inesperadas.
Nos está tocando vivir un momento tecnológico en constante avance e innovación que deja para el desguace los aparatos que nos vendieron hace pocos años; los mismos artilugios que entonces desterraron de las casas las formas tradicionales de redacción, comunicación o captación y reproducción de imágenes. Desaparecieron de nuestras vidas los diarios íntimos, las cartas entre amigos, los recortes de periódicos con noticias que nos impactaron, las postales de intercambio; también aquellos dibujos furtivos en los libros de texto, las caricaturas de los profesores, los cuadernos de viajes; o las fotos de las vacaciones, de las excursiones escolares... Algunas veces hasta se tienen localizados –tenerlos ordenados ya es más extraño– pero no se cuenta con el instrumento necesario para reproducirlo, sea el caso de las diapositivas, las cintas Super8 o los videos Beta.
Últimamente, según parece, la tendencia es que no se debe tener apego al pasado ni tampoco pasarse de previsor hacia el futuro próximo, sino que tenemos que vivir el ahora. Perderse en las emociones de lo que fuimos, incluso para comprendernos mejor, bloquea nuestra capacidad de disfrute del presente –ese momento que a cada instante deja de existir y se hace caduco–. El ritmo frenético en el que nos estamos moviendo actualmente menosprecia los valores de antaño y utiliza recursos del tipo “fast food” para ofrecernos momentos de meditación exprés donde mirarnos en nuestro interior en al plazo de tiempo que duraría un menú BigMac.
Está bien autoanalizarse de vez en cuando, lograr ese punto de vista diferente que nos permita observarnos desde otras perspectivas, y una buena oportunidad es aquella que se presenta cuando se nos cruza en nuestro camino un objeto olvidado, un olor característico, una canción emblemática, que nos transporta a un momento pasado, donde teníamos otras inquietudes, otros objetivos y otras necesidades. Esto que de manera individual ocurre de manera casual, es aun más interesante cuando el objeto, o la documentación reencontrada, muestran aspectos olvidados de nuestra ciudad.
Sin estos baúles de los recuerdos no sería posible disponer ahora de las magníficas fotografías de Marbella, y sus correspondientes historias, con las que nos instruye Francisco Moreno en sus artículos periódicos, o las biografías noveladas de Ana María Mata, o los objetos que decoran La Polaca de Francis Guzmán.
Conservar o despojarnos de los restos del pasado es un dilema que siempre estará en nuestra sociedad –siendo la Arquitectura uno de los campos donde más difícil es el equilibrio–, y donde el debate está garantizado.
Por cierto, yo guardé un periódico el día en que nació mi hijo, así, sin saber muy bien por qué. ¿Saben cuál era la noticia estrella de ese día de 2004?
Arturo Reque Mata
Arquitecto
3 comentarios:
Precioso el artículo. Es de los que llegan. Además, nos dejará con la inquietud de la noticia (que se despejará en el siguiente..., espero).
Coincido con Samuel: muy bueno el artículo. Creo que este tipo de escritos son siempre necesarios, porque nos ayudan a refrescar la memoria y a reforzar los cimientos de nuestro pasado. Y de los dibujos, qué voy a decir: excepcionales; el de Bustio, para mí, emocionante por todo lo que significa para nosotros.
Un abrazo.
Andrechu.
Hombre, se aprende de la vivencia, así que si la olvidas, vuelta a empezar. Menos mal que están las mamis para guardar esas fotos de la infancia, algunos cuadernos, dibujos y demás recuerdos de sus niños. Yo me lo paso pipa viendo fotos antiguas cuando visito a mis padres.
Ya nos dirás la noticia.
Un abrazo.
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