(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 17 de octubre de 2013)
No siempre el mar que nos circunda es el
mismo al que poetas y cantantes han dedicado bellas letras y considerado como
idílico, sereno y de un azul incomparable. También oculta tragedias inmensas
dentro de él, que van desde las legendarias cuyos protagonistas, fenicios,
griegos o romanos, conocemos por la historia, hasta el sobrecogedor presente que se ubica en
torno a la isla de Lampedusa.
“Es una vergüenza”, exclamó el Papa al tener
noticia de los noventa y cuatro cadáveres encontrados y los más de doscientos
desaparecidos que van extrayendo poco a poco del fondo de un mar transformado
en cementerio. El título de un relato cuya autoría no se si corresponde a
Dorothy Parker o al borgesiano Casares llega a mi memoria cual profecía o
presagio ensombrecedor: “El mar será su tumba”. Lo ha sido ya para los más de
25.000 seres humanos que el Mediterráneo se ha tragado en los últimos quince o
veinte años según la Organización
Internacional para las Migraciones, cuando intentaban
alcanzar las costas europeas.
Quizás porque esta vez ocurrió muy cerca, a
media milla de la costa, Italia y Europa han tocado con la mano la gran
catástrofe humana. Eran somalíes y
eritreos escapando de la guerra y ghaneses huyendo de la miseria. Eran
personas como nosotros con peor suerte en
la extraña aventura de la vida, condicionadas por nacimiento a
desgracias múltiples tan fuertes que prefirieron el riesgo de morir al horror
de sus días interminables.
“Cuando llegamos cerca de la isla –narraba un
superviviente- decidimos encender un fuego para hacernos ver incendiando una
manta, pero el puente estaba lleno de combustible y el barco quedó envuelto en
llamas”. Dicen que divisaron tres barcos y no les socorrieron. La alcaldesa de
Lampedusa por su parte afirmaba. “No sabemos donde meter ni a los muertos ni a
los vivos. El cementerio de una ciudad de apenas 6000 vecinos ya no tiene
sitio.”
Cuando escribo estas líneas oigo en los
medios que en el Canal de Sicilia de nuevo una barcaza se hundió a 80 millas de la isla de
Malta. Llevaba a bordo unas 270 personas, y recuperados solo 40. La cuestión se
ha agravado desde la caída de Gadafi, a quien al parecer Italia con Berlusconi
pagaba para que de allí no saliera nadie. Los conflictos del norte de Africa y
la crisis de Siria son también factores
a tener en cuenta.
Todo se conjuga para que Africa sea un
polvorín cercano al que Europa pretender desoír pero cuya virulencia está
lentamente envolviéndonos a todos y cada uno de los que formamos parte de ella y que, en ocasiones
como estas nos preguntamos cual es el lugar que en dicha Unión colocan los
Derechos Humanos, junto a la extraordinaria importancia que dan a la Deuda, los valores
bursátiles, la banca y la
Economía en general.
Los emigrantes que se juegan a diario la vida
no llegan, por supuesto, de países como Dubai, Catar, Singapur o similares. Su
objetivo no es invertir ni disfrutar de vacaciones, hecho que determina que en
sus pateras no haya dinero y sí mujeres embarazadas o niños. Saben que tienen
más posibilidades de morir que de llegar a una costa cualquiera, y a pesar de
ello, lo intentan una y otra vez como si nos dijesen con sus cadáveres y su
drama que somos la última estación de su agravio. A sabiendas de que los
occidentales sacudimos la responsabilidad con el justificante de las mafias que
los engañan. Así limpiamos un poco nuestras adormecidas conciencias y hasta
sonreímos pensando en el donativo último hecho a una de las muchas O.N.G
conocidas.
Desconocemos o no queremos recordar el origen de la mayoría de sus desgracias: El
feroz colonialismo europeo que se sirvió del continente africano como trozos de
una descomunal tarta a repartir entre los poderosos. Europa aterrizó allí,
ordenó, hizo divisiones territoriales aleatorias, explotó cuanto pudo y más,
humilló al nativo de igual forma, vivieron como reyes sus representantes
diplomáticos y en el momento y hora que le pareció bien, se retiró otorgando
independencias precipitadas a pueblos incultos que no supieron que hacer con su
aparente libertad.
Los emigrantes son herederos de aquellos a
quienes los europeos abandonaron a su suerte y ahora les molesta su
presencia (la de los que logran vivir) y sus cadáveres, cuya responsabilidad
nadie quiere asumir.
Mi pobre opinión es que seremos todo lo
civilizados que queramos creer con jactancia triste, todo lo cristiano que
afirmemos en iglesias y rezos, todo lo humano que nos permita nuestra
vergüenza, pero muy en el fondo, cada europeo es un xenófobo en potencia y un
cómodo y complacido materialista.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Gracias por tan esclarecedor, real y certero artículo.
Fabiola
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