El primer historiador reconocido, Heródoto,
griego del siglo V antes de Cristo, escribió en uno de sus libros que Egipto
era un don del Nilo. Los grandes ríos han sido cruciales en la vida y el
desarrollo de los pueblos y ciudades que atraviesan. El agua, ese bien tan
necesario parece crear un vínculo con ellas tan profundo como suele ser su
cauce. El gran río europeo, segundo en longitud después del Volga, nace en la Selva Negra y atraviesa Europa
central dando un carácter especial a las ciudades que recorre, hasta su
desembocadura en el Mar Negro.
Budapest, ciertamente, parafraseando a
Heródoto, es un verdadero don del Danubio. Difícil reseñar su belleza sin
sentir de nuevo, aunque sea por un instante, la emoción de un primer golpe de
vista, a vuela pájaro, si quieren, intentando retener lo máximo posible de una
ciudad, reconocida entre las más bellas de Europa y del mundo.
La definen en esencia la armonía y el
señorío. Como si sus dos conocidas zonas Buda y Pest, se hubiesen confabulado
entre si para formar con el Danubio que las divide y une, una trinidad de
esplendor. Bellísima sinfonía de puentes también en simbiosis con La Colina y la planicie, a la
izquierda del Danubio la primera, a la derecha Pest, más moderna, con más
ajetreo, adaptada a la vida actual. El Puente de las Cadenas conduce de una a
otra mientras mece sobre el río sus pétreos arcos triunfales.
Celtas en su origen, conquistada pronto por
los romanos que la denominaron Aquiurum, de agua, por el gran número de
manantiales. En el año 896 d. de Cristo siete tribus magiares consiguen
derrotar a las tropas romanas y se instalan en la colina que llamarán Obuda,
origen de la Buda
actual. Llegará después Esteban, el primer rey cuando se constituye como
nación, vendrá Mathyas Corvino, grande entre los grandes, y más tarde los
turcos, habitantes de Buda hasta que en el siglo XVII los Habsburgo los
derrotan y pasa a ser dominio del
Imperio Austro- Húngaro.
Variados y ricos caminos históricos que irán
depositando huellas indelebles. Huellas que darán consistencia y sentarán las
bases de Budapest, concediéndole el honor de ser capital, junto a Viena del
imperio recién formado. Y a pesar de caer en manos soviéticas tras la segunda
Guerra Mundial, conservará el empaque y volverá por sus fueros a partir de 1989
cuando recupera su libertad y nace la República
de Hungría.
Budapest requiere un “visitador” con calma y
ojos permanentemente abiertos. De día y de noche, porque la iluminación de sus
monumentos es excelente y casi embriaga la retina del curioso. Nadie, estoy
segura, podrá olvidar la imagen del Parlamento si lo contempla desde cualquiera
de las orillas del Danubio. De estilo Neogótico, blanco-arenoso al sol, como
antorcha de noche, sus agujas remiten a un posible paraíso allá arriba.
Difícil comprender como pueden unirse en la Colina, la majestuosa
estampa de la Basílica
de Mathyas con la sencilla plaza, en la que sin parar desembarcan turistas cada
segundo para contemplar también el conjunto formado por el Bastión de
Pescadores, atalaya y mirador hoy, antigua Lonja del pescado. Buda conserva su sabor medieval, las raíces
de su historia enterradas en sus edificios desde el Palacio Real hasta la
última de sus viviendas que albergaron artesanos judíos hasta el horrible
Holocausto.
Abajo, Pest, te recibe triunfal bajo
cualquiera de sus puentes y te lleva desde el Mercado, joya arquitectónica y
placer del comprador hasta Vaci Utca, corazón de Budapest. Encontrarás el café
Gerbeaud, el más conocido, legendario estandarte de la repostería húngara,
baluarte de golosos que pagan con gusto el pastel que mermará sus bolsillos.
Una de sus avenidas peatonales te hará dar de
bruces con la Basílica de San Esteban, la más grandiosa de la ciudad dedicada
al primer rey húngaro, cuya altura fue medida por los arquitectos para que al
ser contemplada de lejos no sobrepasase la del Parlamento. Barroca, con
adherencias posteriores renacentistas, San Esteban puede proporcionar al
viajero uno de los escasos momentos sublimes que esperar podría si acude a uno
de sus conciertos. De acústica valoradísima, el sonido de las notas de su
órgano es capaz de elevar el espíritu y trasponer el cuerpo en una explosión
increíble. Una emoción que muchos desearíamos repetir.
La también llamada Ciudad del Agua, posee más
de quince balnearios de agua termales, los más conocidos son Gellert y
Szechenye. Las empedradas calles del pueblecito de Sztendre habitaron en el
XVIII a refugiados serbios y es lugar de residencia de bohemios y artistas
afortunados que encuentran en la urdimbre de su vegetación una atmósfera de
calma.
Budapest, mon amour, es lo único que puedo
decir como final de esta glosa sentida, dando fe de la belleza absoluta de una
ciudad a la que el Danubio, sin duda, mece embelesado.
Ana María
Mata
Historiadora
y novelista
1 comentario:
Preciosa estampa que puedo corroborar de mi última visitA a tan bella ciudad. Yo añadiría alguna reseña más a su esplendida glosa, algún detalle de la hermosa basílica de San Esteban, el café de Nueva York, considerado el mas grande de Europa y como no, un paseo de noche por el danubio en uno de sus muchos barcos.
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