El azar que rige nuestras vidas
se empeña a veces en proporcionarnos circunstancias pequeñas, casi mínimas, que
sin embargo nos llevan a reflexiones inesperadas pero interesantes. Uno de esos
azares hizo que días atrás saliendo del centro de salud instalado en Leganitos
coincidiese con la entrada al colegio de un gran número de alumnos de diversos
cursos y por lo que ví, de aún más diversas nacionalidades, culturas y hasta
razas. Alumnos revoltosos y alegres cuya cantidad hacia notar sobradamente la
insuficiencia del centro, exiguo local para acoger a una aglomeración tan
elevada de chiquillos y chiquillas que esperaban el momento de pisar las aulas.
Continuando con el azar, hube de
tomar mi camino mirando al norte y encontrarme de frente con el Albergue África.
Creo que en la actualidad su función es la de albergue juvenil, aunque aprecié
en la entrada de sus instalaciones un vacío y una dejadez que me dejó
momentáneamente perpleja y en especial pensativa.
Mi mente reaccionó con rapidez,
relacionando al instante los dos edificios que se encuentran muy cerca el uno
del otro y sobre los cuales me interrogué casi involuntariamente.
El albergue lleva años
desempeñando unas funciones vulgares y no acordes con su gran tamaño y el lugar
que ocupa. En la práctica poco sabemos de su utilidad y del por qué de su
abandonada imagen. A primera vista parece verdaderamente desaprovechado. Al
mismo tiempo, unos metros más abajo, una inmensa cantidad de escolares,
conviven con ahogo y falta de espacio en aulas abarrotadas y también
descuidadas. Los edificios parecían hablar en su mudez y quietud de un posible
arreglo entre ellos mismos, si alguien se preocupara de organizarlos.
Y aquí entra mi pregunta de hoy,
a quien corresponda de este municipio nuestro en el que tantas pequeñas y
grandes cuestiones duermen el sueño de los justos en las abarrotadas mesas de
los que lo rigen y ordenan. La precariedad de colegios es algo que de tanto
resaltar se nos convierte en consuetudinario y aburrido. Cuando hay suelo y se
ofrece, no hay dinero para financiar las obras en relación con nuevos centros.
Lo uno por lo otro hace que nuestros chavales aprendan antes que nada el
fenómeno de la hacinación, la estrechez y la falta de medios del profesorado.
Mi pregunta es sencilla y fácil:
¿No podría utilizarse el albergue África como colegio ya que cuenta con
espacios sobrados, instalaciones deportivas, jardines y creo que todo lo necesario
para su instalación? ¿Por qué nadie toma en consideración este tema que mi
memoria quiere recordar como “dejá vu”, es decir, como una idea antigua que se
dejó morir, como tantas veces, por falta de iniciativa firme?
A veces lo más sencillo queda
abandonado por las ínfulas que gastamos en retórica sobre planes y proyectos
grandilocuentes que al final acaban en eso, palabrería política, generalmente
electoral. Y haría falta gente normalita que atendiendo a los pequeños
problemas que el ciudadano en sus conversaciones de café comenta, llevase a
cabo algunas remodelaciones y arreglos como el que ese día el azar puso en mi
mente.
Lo peor de todo es que una gran
edificación como fue en su momento el albergue África no rinda y de de sí todo
lo que debería en beneficio de la ciudad, mientras sus instalaciones van
perdiendo prestancia y se deterioran tristemente. Y lo malo también es que cada
curso comience con escolares en prefabricadas aulas mientras edificios idóneos
parecen dormir su utilidad.
Se que nadie va a contestar a mi
pregunta, como tampoco lo harían si personalmente lo preguntase a quienes nos
gobiernan. Están demasiado entretenidos en sus proyectos superiores de alto
nivel adquisitivo para una ciudad que se considera para ricos. De lujo, como
suelen decir.
A los demás nos preguntan poco.
A la hora de votar, volverán de nuevo las sonrisas. Y la hipocresía.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)
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