27 de septiembre de 2008

CUANDO LLUEVE EN MI PUEBLO

La lluvia no ha impedido mi paseo diario cerca del mar. Y mientras caminaba iba recordando que de siempre tuve esa costumbre –ponerme chorreando observando las olas-, igual que no cambian los torrentes por las calles que bajan hacia la playa, levantando tapas de alcantarillas y arquetas de saneamiento, creando fuentes provisionales por doquier.

Como técnico proyectista que soy, y estudioso meticuloso del saneamiento en los trabajos que se me encargan, sigo sin comprender por qué desde que tengo uso de razón -hace ya unas pocas de décadas de ésto-, cada vez que tengo que atravesar
ciertas calles, me tengo que mojar por encima de los tobillos. Sin ir más lejos, el otro día, llevando a mi hijo al colegio, al cruzar la calle Colón me mojé hasta la mitad de las pantorrillas; me decía una y otra vez si tan difícil le resulta al personal instalar alguna rejilla más de lado a lado de la calle, lo suficientemente ancha como para absorber el caudal que viene desde el campo de fútbol, canalizarla con uno o dos tubos generosos en cuanto a diámetro, y llevar ese agua pluvial hasta la misma playa, sin reventar por el camino las arquetas de saneamiento. Y no se trata de un problemilla, se trata de un problemón para algunas personas que llegan a caerse e incluso ser arrastradas por la corriente. Claro, que también hay que mantener limpio el sistema de alcantarillado, porque si las alcantarillas están llenas de barro, arenas y otros sólidos, hasta la misma tapa, pues mal andamos.

Ya digo que este problema lo recuerdo desde niño, desde entonces ha llovido mucho, nos han gobernado varios alcaldes, de distintos partidos, y esto sigue igual. Menos mal que no nos llueve con excesiva frecuencia, que si no, me vería tentado a instalar una balsa atada a una cuerda entre árbol y árbol de aceras opuestas para ganarme la vida cruzando a las madres y padres con sus niños camino del colegio.

Órfilo M. Aranda.

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